Hoy tecleo este artículo con fuerza, con rabia, con la vehemencia que me da la amargura de saber que no voy a ser escuchado, pero consciente de que la única opción que me queda es la de elevar mi voz. Mientras más fuerte, alto y claro, mejor.

Lo hago en nombre de mi mismo y en representación de una generación baldía, la más preparada de la historia de España, cansado de ver, día tras día, como languidecen amigos y compañeros en una jubilación forzosa durante la época de sus vidas en la que deberían comerse el mundo, o intentarlo al menos.

Stéphane Hessel acaba de publicar un libro en Francia, que pronto verá la luz en las librerías españolas, en el que lanza una propuesta muy clara: «indígnate», «indignaos». Indignez-vous! es el título de una obra que clama ante la necesidad de realizar cambios drásticos en nuestra sociedad, recurriendo para ello a la creación, a la no violencia y a la resistencia.

El autor nos invita, especialmente a los jóvenes, a observar nuestras vidas para encontrar diferentes temas o asuntos que justifiquen nuestra indignación, ¿acaso en España no existen motivos suficientes como para sentirnos indignados? Para él, y para mí, la peor de las actitudes que se pueden tomar ante los males y las injusticias que nos rodean es la indiferencia, el decir «no puedo hacer nada contra eso» o el «ya me las arreglaré para salir adelante», que tanto se pueden escuchar en los jóvenes de hoy.

En la España del paro y la precariedad laboral los jóvenes, sobre todo los andaluces, consideramos utópico el tener, algún día, un trabajo medianamente acorde con nuestra preparación y experiencia. Quizás, con suerte y si mejora la situación económica, podremos aspirar, tras varias licenciaturas y posgrados, a trabajar unas horas en algún bar de la costa o a vender camisetas en un Zara ¿No tenemos derecho a sentirnos indignados? ¿No tenemos la obligación de indignarnos?

Sin embargo, de la ilusión de nuestros padres, y la de muchos de nosotros mientras nos formábamos, hemos transitado hacia la resignación más absoluta, sin pasar por etapa intermedia alguna, refugiándonos en nuestras familias y viviendo una existencia de señoritos decimonónicos que viven de unos caudales que pronto acabarán por secarse.

Mientras, la incompetencia y la necedad de nuestros gobernantes nos convierte en la primera generación de españoles que vivirá peor que sus progenitores: trabajaremos más años, los que tengan la suerte de tener un trabajo, para cobrar una pensión más pequeña. Pagaremos más impuestos, para disfrutar de cada vez menos derechos y menos prestaciones sociales.

¿Y qué hacemos nosotros mientras? Nada. Caen chuzos de punta en toda la nación y sólo se oye alguna pequeña voz disconforme y marginal. En «¡Indignaos!», Stéphane Hessel recoge el enunciado de Sartre: «ustedes son responsables como individuos». Todas las personas tienen una responsabilidad que no puede ser delegada en los gobiernos o las autoridades políticas, algo que hemos estado haciendo durante décadas.

Pero ya es hora de despertar, de indignarnos, de exigir, de participar en política, porque ésta no puede ser el negocio o el coto cerrado de unos señores, sino un espacio en el que se diriman los problemas de nuestra sociedad y en el que participemos todos los ciudadanos. Es nuestro deber y nuestro derecho.

¿Cómo no indignarnos ante un gobierno de la nación ineficaz y desastroso que nos ha llevado a los mayores recortes sociales de nuestra democracia? ¿Cómo no indignarnos ante una Junta de Andalucía que derrocha millones mientras la región sigue, al igual que hace décadas, a la cola de España y de Europa? ¿Cómo no llorar de rabia mientras los jóvenes se ven obligados a emigrar por desesperación y aburrimiento ante una tierra que no les ofrece nada?

Como bien dice Stéphane Hesse, un anciano francés de noventa y tres años que sobrevivió al campo de concentración nazi de Bucherwald y que escribió este libro como un alegato para movilizar a los jóvenes, «en situaciones como la presente, no debe existir espacio para la resignación o la apatía». No nos queda otra opción que luchar, que levantar la voz, contando para ello con las armas que nos ofrecen la democracia y la sociedad de la información del siglo XXI, con la esperanza de poder despejar los nubarrones que oscurecen nuestro futuro.