Los veo encantados y aplaudiendo, y pienso que llevan razón, que, una vez más, el equivocado soy yo y no los más de 1.500 invitados que asistieron a «inaugurar» el aeropuerto de Castellón. Aún no hay vuelos, ni movimiento de pasajeros o de carga, pero sí una placa conmemorativa, donde reza que el aeropuerto nonato se construyó «siendo presidente de la Diputación de Castellón Carlos Fabra», prohombre que abandonará la vida pública para cuando el aeropuerto de Castellón sea un aeropuerto de verdad. Los aplaudientes pudieron visitar la torre de control y caminar por las pistas, «cosa que no podrían hacer si fueran a despegar aviones», como dijo, cargado de razón, el señor Fabra, para añadir: «Hay quienes dicen que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones». No seré yo quien tal cosa sostenga. El señor Fabra ha pasado a ser mi luz, mi ídolo, mi modelo, mi faro. Idolatro al señor Fabra, capaz de sustituir la realidad por un simulacro de realidad, para venderla como realidad, sin que se le caiga la cara de vergüenza.

Aeropuertos sin aviones y hospitales sin dotación, enfermos, médicos ni pacientes. El presidente asturiano Álvarez Areces, acompañado de la ministra de Sanidad, Leire Pajín, «inauguró» el edificio técnico del Instituto Nacional de Silicosis, anejo al nuevo HUCA, pero «aún desnudo de equipamiento» y que no entrará en servicio antes de mediados de 2012. Tal desnudez de mobiliario y equipamientos «fue disimulada con unos grandes paneles de fotografías que muestran trabajadores y aparataje». También, y por las mismas razones antes dichas, he elevado al señor Álvarez Areces al mismo altar que al señor Fabra, preclaros guías los dos de la posmodernidad más molona y posmoderna: la realidad sustituida por la apariencia.

De ahora en adelante, me voy a poner las botas inaugurando. No voy a hacer otra cosa que inaugurar. Como profesor, voy a inaugurar hoy mismo mi nueva aula en el instituto donde trabajo. Contará (vayan ustedes a saber cuándo) con dos pizarras digitales de tecnología multitáctil; con un ordenador portátil para cada alumno que lo flipas; con pupitres ergonómicos, ajustables y orientables; con un equipo de seis psicólogos cognitivo-conductuales para la atención de alumnos; con cuatro campeones de Combate de Contacto y «Special Kombat System» para la atención de padres. Naturalmente, no habrá ninguno de tales elementos en el aula inaugurada, pero sí unos descomunales paneles descriptivos, y, sobre todo, una placa en bronce que rece (con las dos faltas gramaticales de costumbre): «Este aula fue inaugurada siendo catedrático en la misma...». Guay. Como ciudadano particular, reuniré a los medios para presentarles mi nuevo salón comedor donde degustarán platos de la Fundación El Bulli las más ilustres personalidades que en el mundo son. Naturalmente, no habrá ni mesa, ni cubiertos, ni siquiera un plato de duralex, pero sí grandes paneles, con fotos trucadas mediante photoshop, en las que se me verá abrazando del rey abajo a todos los notables, y, sobre todo, una placa plateada donde recen (con los anglicismos sin traducir habituales): «Este dining room fue inaugurado siendo el homeowner...» Chachi. Como escritor voy a presentar libros que no he terminado de escribir; como articulista, presentaré a la directora de mi periódico sólo una línea semanal. Todo se me irá en presentar apariencias. A partir de hoy, voy a ser posmoderno que te cagas. Qué vergüenza, damas y caballeros, qué vergüenza.