Cada día parece más palpable que el proceso de globalización está limitando la capacidad de los estados para gobernar la actividad de las personas y empresas que residen en su territorio. Por mucho que el concepto de naciones soberanas y pertrechadas dentro de sus fronteras sea más bien un mito histórico, es indudable que nunca antes había resultado tan evidente la pequeñez de los países en contraste con el intensísimo volumen actual de transacciones comerciales y financieras transnacionales, los cambiantes desafíos externos a la seguridad, o los incontrolables flujos mundiales de personas, ideas e invenciones. Esta profundización de la interdependencia mundial puede gustar más o menos, pero es una realidad que se acelera y que incide de forma abrumadora en nuestra vida cotidiana.

De hecho, sería casi increíble que mientras lee este artículo no vista alguna prenda china, que en esta semana no haya consumido energía de origen saudí, que la última película que vio no fuese norteamericana o que no sepa que ahora mismo navega frente a Libia una fragata pagada con sus impuestos que, eso sí, también financian proyectos de cooperación en Honduras. Tampoco sería inverosímil que en su última visita a internet –en un ordenador con procesador coreano que quizás compró en una cadena alemana en donde tal vez le atendió un dependiente argentino– hubiese reservado un vuelo barato de una compañía irlandesa para pasar un fin de semana en Italia o visitar a alguien cercano que estudia en Inglaterra. Vivimos globalizados, sí, pero lo curioso es que, como esos mismos ejemplos demuestran, los países individuales no han desaparecido en este mundo tan interconectado sino que, al contrario, los más dinámicos y atractivos tienen ahora nuevas posibilidades para proyectarse más allá de su territorio.

Precisamente, el Real Instituto Elcano acaba de realizar un ejercicio de medición (el Índice Elcano de Presencia Global) que pretende ofrecer un panorama comparado del posicionamiento internacional de los países agregando y ordenando sus resultados en exportaciones, expansión empresarial, capacidad de trasladar tropas a misiones remotas, atracción de trabajadores y visitantes, difusión de la cultura y la ciencia, o ayuda al desarrollo. Con los primeros resultados, correspondientes a los últimos datos disponibles en 2010 y a la evolución histórica desde el fin de la Guerra Fría, no sorprende que EEUU se afirme como la gran potencia de la proyección global, especialmente en los campos de lo militar, la ciencia y la cultura donde se muestra casi sin competencia. Muy bien situados quedan también los países europeos –Alemania es la segunda del Índice, Francia, tercera, Reino Unido, cuarta e Italia, octava– que se benefician de la relativa competitividad de sus sectores industrial y de servicios, la vocación internacional de sus gobiernos o incluso su alta calidad de vida. Por distintos motivos, y aunque aún siguen ocupando el top ten de la globalización, se observa en cambio un lento declive de Japón, que es sexta, y de Rusia que prácticamente basa su séptimo puesto en las exportaciones de energía y sus capacidades militares heredadas de la URSS.

Algo más llamativo, considerando la reciente omnipresencia de los llamados países emergentes en los medios y cenáculos políticos, es que economías de gran tamaño y rápido crecimiento como India o Brasil aparecen aún muy poco internacionalizados –la 18ª y 25ª del Índice respectivamente–, pero la razón radica en que aún no han sobrepasado el umbral de desarrollo de una masa crítica interior suficiente que les lleve a traspasar sus fronteras. China, en cambio, que aparece la quinta del ranking global, parece haber llegado ya a ese momento pues, además de ser hoy el primer exportador mundial de manufacturas, está empezando a superar a los grandes países europeos en ámbitos distintos al del comercio como, por ejemplo, el impacto internacional de su deporte o incluso de su investigación científica.

Los resultados de España –la novena– presentan claroscuros. Aunque nuestro país parece estar bien insertado en la globalización y su presencia ha ido creciendo de forma sostenida desde 1990, se ciernen nubarrones sobre el porvenir que tienen que ver con la crisis, el mayor potencial de crecimiento en la proyección mundial que atesoran los emergentes y el mal posicionamiento internacional de nuestro país en dos sectores –el educativo y tecnológico– donde precisamente nos jugamos la competitividad futura. La globalización es un fenómeno imparable pero, como este Índice Elcano de Presencia Global demuestra, no significa que no sea moldeable. Hasta qué punto puede España incidir en el gobierno de las cuestiones internacionales futuras dependerá en gran medida de su capacidad para mantener y mejorar su presencia en las diversas áreas.

Con demasiada frecuencia, por el pasado aislacionista y el ínfimo nivel de nuestro debate político y mediático, tendemos a considerar que los asuntos mundiales es algo que corresponde determinar a otros y, todo lo más, en una peculiar aplicación del conocido eslogan «think globally, act locally», aceptamos resignadamente que las cuestiones globales nos conciernen pero, como vienen ya predeterminadas, no merece la pena esforzarse en actuar sobre ellas y es mejor seguir haciéndolo solo en nuestro pequeño ámbito territorial. Sin embargo, como se ha visto, la globalización sí que tiene autoría. Son los grandes proyectos privados, los poderes públicos con mentalidad estratégica y las ideas innovadoras las que la moldean. Si nos atrevemos a invertir la frase y pensamos en nuestra capacidad para actuar global pensando mejor nuestro entorno local –lo que incluye representantes preocupados por internacionalizar las universidades, atraer talentos, apoyar la salida al exterior de las empresas, difundir la cultura, o cooperar al desarrollo y contribuir a la estabilidad– habremos empezado a subirnos, junto a otros muchos, al puente de mando de un proceso que equivocadamente creíamos del todo ingobernable.