Llega el señor del SGAE a una pequeña emisora local de televisión y pregunta: «¿Cuánto factura la empresa?». No pregunta: «¿Qué músicas han emitido, de qué autores e intérpretes, y para cuánta audiencia?». Esto no le interesa. Solo busca la facturación, para exigir un porcentaje.

Da lo mismo si la emisora es musical, y programa 24 horas diarias de videoclips de artistas españoles, o si es informativa y únicamente da noticias y reportajes. El administrador tiene asumido que el señor del SGAE es un cobrador de impuestos a porcentaje sobre los ingresos, y se aguanta, porque la alternativa es entrar en pleitos contra un gigante que se puede gastar millones en abogados para evitar precedentes. Por la misma razón se aguantan la peluquería de señoras que ponía la radio, o el restaurante de bodas, bautizos y comuniones con hombre orquesta, o el gimnasio con música ambiente, y no se plantean más opciones que pagar o silenciar. Ahora los jefes de todo este operativo están acusados de desviación de fondos y apropiación indebida, y a lo largo y ancho de la piel de toro ha habido bastante más sonrisas de satisfacción que rictus de preocupación.

Ponte de rodillas (Get on your knees), se tituló el primer gran éxito de Los Canarios, el grupo de Teddy Bautista, allá por 1967. Como canción de amor, la letra era de lo mas imperativa y desagradable: «Ponte de rodillas, baby, y ruega por tu amor». No es el tipo de cosas que un chico le dice a una chica cuando esta decide volver a su lado; más que nada, porque la chica le va a mandar a paseo. Pero «ponte de rodillas» es lo que Bautista, como presidente del SGAE, le ha estado diciendo a casi todo el mundo desde su creciente poder. Ponte de rodillas y paga un canon digital por los DVD en que vas a guardar tus fotos de vacaciones. Ponte de rodillas y paga por la tele del bar. Ponte de rodillas y abre la caja, aunque no haya música en tu vida. Hay algún tipo de correspondencia estilística entre tal acumulación de poder y la caída en las tentaciones de las que ahora se acusa a Bautista y parte de su entorno. Ambos son fruto de la omnipotencia y de la sensación de impunidad, con los artistas como coartada.

Lo malo, ahora, será que el escándalo debilite la exigencia de respeto al derecho de los autores a cobrar por su trabajo, y aprovisione de alimento espiritual a los piratas del esfuerzo ajeno. Pero lo peor sería que nadie aprovechara la sacudida para replantear el sistema de cabo a rabo. Para que los creadores cobren por su trabajo y los consumidores estemos de acuerdo con el mecanismo.