¿Es Dominique Strauss-Kahn un sátiro dispuesto incluso a la violencia para sus fines? ¿Es sólo un hombre de poder, al que mujeres oportunistas acusan para obtener ventajas? La respuesta que dé cada uno le teñirá de modo inevitable: al que se incline por la primera opción todo el mundo le verá en los tiempos, o en el gusto, o en la razón de hoy; en cambio, del que se incline por la segunda dirán que es un machista retrógrado, un relicto de tiempos ya idos. La duda sólo se entenderá en una mujer; si el que duda es hombre, cae en el segundo pozo.

¿Es mejor entonces no decir palabra, o se peca también por silencio? El instinto, o lo que sea, me dice que estamos ante un obseso bastante vehemente, del que no debe descartarse un desmán, pero lo dejo dicho sólo a medias, para no dar cuerda al juego de usar el caso como líquido de contraste del grado de machismo del que opina.