Ruiz Gallardón no dejó la alcaldía para presentarse a la reelección. No lo hizo tampoco Esperanza Aguirre en la comunidad, ni ningún otro alcalde ni presidente autonómico. No dimitió Adolfo Suárez en 1979. Tampoco Felipe González, José María Aznar ni Rodríguez Zapatero ante sus reválidas. Y ello a pesar de que el cargo máximo exige dedicación máxima, también en periodo electoral. Todos hicieron compatible llevar el timón de la nave hasta el último momento y recorrer la geografía peninsular durante varias semanas, incluso meses.

Si ello es posible para los números uno, con mayor razón para los números dos, que no cargan con tanta responsabilidad. Sin embargo, a Pérez Rubalcaba se le ha exigido por activa y por pasiva que dejara el gobierno si iba a ser candidato. ¿Por qué? Pues porque Mariano Rajoy hizo lo mismo en su momento. Siendo vicepresidente, el dedo de Aznar le designo como sucesor y en septiembre de 2003 abandonó el gabinete para dedicarse de lleno al partido, del que fue entonces nombrado secretario general. Los populares seguramente tenían buenas razones para organizarlo de esta manera, pero eran puramente suyas, y atendían a su conveniencia. Cada casa es un mundo, y lo que conviene en una puede carecer de sentido en la vecina. Sin embargo, a la luz de aquel precedente se ha exigido ahora a Rubalcaba que se comportara como Rajoy, y la exigencia ha tenido un amplio eco, al extremo de adquirir carta de normalidad. Lo que significa que se toma al candidato popular como modelo para el establecimiento de la norma, y por tanto, que el PP ha conseguido algo tan crucial como marcar la agenda. Es decir: que se hable de los asuntos que él propone y en los términos que él propone, lo que resulta muy útil a la hora de ocultar las propias insuficiencias.

Este va a ser el principal obstáculo que una y otra vez va a tener que superar Rubalcaba en los próximos meses. Y por tanto, también su principal reto. Para levantar ni que sea un poco las expectativas electorales debe conseguir que los temas del día, en el debate mediático y en las chanzas de las cafeterías, sean los que él proponga y en los términos que él proponga. No lo va a tener fácil, pero tampoco cabe esperar que no haga peor que Zapatero. Especialmente si decide por su cuenta y no hace caso excesivo a los conseguidores de fracasos con que abundan en su partido.