Nuestro querido y admirado paisano Félix Revello vino al mundo en una primavera de 1926. Ana María de Toro Flores, mujer de extraordinaria personalidad y simpatía, dio a luz a su quinto hijo, asistida por el doctor Narbona en el Hospital Noble de Málaga. Allí, arropado por la brisa marina, abrió sus ojos al mundo, por primera vez, este exquisito pintor y retratista excepcional. Tal vez su retina quedara herida ya con la luz prístina y esencializadora de esa mágica Ciudad del Paraíso.

En el marco monumental de la calle Císter, junto a la Abadía de Santa Ana de Recoletas Bernardas y la casa taller de Pedro de Mena, transcurrieron los primeros años de su vida, junto a sus padres José Mª Revello y Ana María de Toro y sus cuatro hermanos Mª Luisa, Mª Victoria, José Mª –recientemente fallecido– y Luis. Una familia entrañable que, por esas casualidades de la vida, formaría parte de la biografía emocional de mi queridísimo padre, el doctor José Pérez Martínez.

El niño Félix, de gran sensibilidad, crece ya con antecedentes creativos, pues él mismo afirma que su padre era uno de los mejores delineantes de la ciudad, no en vano ocupaba una plaza en la Escuela de Bellas Artes, cuando ésta se asentaba en la plaza de la Constitución, a la vez que director del centro que dicha institución regentaba en calle Cuarteles. ¡Cuántos paralelismos…! José Ruiz Blasco, padre de otro malagueño universal, Pablo Ruiz Picasso, fue profesor de la escuela de San Telmo de Málaga. Los dos pintores, desde perspectivas y estilos muy distintos, regalaron al mundo su arte, los dos fueron indiscutiblemente genios; un genio con mal genio fue, sin duda, Picasso; un genio con buen genio, nuestro querido y cercano amigo Félix.

En cuanto a su primera formación, la adquirió en el Colegio de los HH. Maristas, para cursar posteriormente el bachillerato en el colegio del Palo, donde recibió clases de dibujo del padre Oliver, su primer maestro. De estos primeros años infantiles se recuerda como, con sólo 8 años, copia a carboncillo y gran acierto la lámina del Cristo de la Buena Muerte, que su padre tenía en el despacho y al que tenía una especial devoción. Cuando el pintor estaba a punto de cumplir sus primeros cinco años de vida, una aciaga mañana de mayo del 31, su padre entró en casa y se abrazó a su madre llorando porque habían destruido al Cristo de Mena.

Tras la muerte de su padre en 1935, la familia se traslada a la calle Ramos Marín, nº 2, junto al Teatro Cervantes, donde pasará toda la guerra civil. Allí vivió parte de su infancia, adolescencia y juventud, donde llevaría a cabo en los años 37 y 38 sus primeros tanteos artísticos, expuestos en el escaparate de la imprenta y papelería de Ricardo Sánchez en calle Nueva. A finales del 38, con 12 años, expone dibujos a plumilla, acuarelas y retratos de personajes malagueños de la época, en los que firmaba Félix Revello, en el comercio de Félix Sáenz en la antigua plaza del Pan.

Cuando se inicia en los estudios de Bellas Artes, eran docentes César Álvarez Dumond, Antonio Burgos Oms, Rafael Murillo Carreras y Federico Bermúdez Gil, lo que le haría familiarizarse con las obras de Sorolla, Benlliure, Muñoz Degrain, Martínez Cubells, Fernández Ocón…

Con 16 años, en 1942, el joven Félix recibe su primer encargo profesional, pues debería pintar quince estandartes para la Hermandad de la Sentencia, que consistía en quince Misterios del Rosario y un lienzo que mostraba a la Virgen del Rosario con Santo Domingo y Santa Casilda, inspirado en una obra de Murillo. Por todo ello cobró la no despreciable –para aquellos años– cantidad de mil pesetas, reconociéndose desde sus inicios su valía artística, su quehacer constante y genial intuición. Un año más tarde, en 1943, Manuel Pérez Bryan, alcalde de Málaga en aquella época, y prestigioso médico, realiza una convocatoria pública de dos becas de pintura para estudiar en Madrid durante 5 años, ganando la plaza Félix y siendo acompañado por Mingorance Acien.

En Madrid, el joven pintor, vivirá con su tía Pepa, hermana de su madre, ingresando en la Real Academia de San Fernando, donde tendrá como maestros a Benedito, Valverde, Núñez Losada, y conoce a Zuloaga, Sotomayor, Solana y Labrada, de los que tomará sabias orientaciones artísticas. Transcurridos los cinco años, en 1948, termina la carrera de Bellas Artes con Premio Extraordinario, y de esta época se constatan los primeros retratos a Somerset Maughan, Walter Starkie y Vázquez Díaz.

En 1950 obtiene la beca Carmen del Río, que le permite viajar a Roma donde permanecerá durante un año, siendo entonces director de la Academia de España, en la capital italiana, su paisano el pintor Fernando Labrada, a quien ya había tratado en Madrid y que tanto le apoyó en su carrera.

Será el año siguiente (1952), cuando llevará a cabo sus primeras exposiciones individuales en la Galería Macarrón de Madrid –retratos, bodegones y flores– y posteriormente en 1953 en la Sala Casino de Madrid, donde se consolida en los círculos artísticos como pintor retratista. A partir de ese momento se empieza a admirar y a reconocer su obra pictórica, siendo aplaudido tanto por la crítica como por los medios académicos. De esos años, aproximadamente, creo que es el hermosísimo cuadro de rosas que le regaló a mi padre –en algunas ocasiones ejerció de médico de la familia– con una dedicatoria de la que a día de hoy estoy muy orgullosa: «Para la niña María Jesús estas flores, pequeño recuerdo mío, Félix Revello de Toro». En los años 50, el joven pintor asume el hilo conductor de la pintura clásica española de corte romántico-realista. Los rostros de sus figuras reposan con una dulce serenidad en sus lienzos.

En 1953 vuelve a su Málaga para contraer matrimonio con la que fuera su mujer, Mª de los Ángeles –su querida Chini–, y toma la decisión de presentarse a las oposiciones para catedrático de Bellas Artes, consiguiendo el número uno para la Cátedra de Bellas Artes de Barcelona, en la Escuela de Llotja en la que era director Frederic Marés y donde también ejerció, en su día, la docencia el malagueño José Ruiz Blasco, padre de Picasso. El artista malagueño, ha tenido en el retrato su dedicación primordial. Ha plasmado a importantes personajes de la historia contemporánea, desde los Reyes de España a personajes de la nobleza y a numerosas personalidades del mundo de la cultura, la política y las finanzas, aunque son las mujeres las verdaderas protagonistas de sus obras. Cuerpos femeninos que hacen gala de una sensual elegancia, de un erotismo contenido, envueltos en un halo de misterio tras sus ropajes blancos. Mujeres que nos miran desde el cuadro con un dejo de inalcanzable ternura y gozosa nostalgia, tal vez esperando a que llegue el amor a despertarle de sus sueños.

Cuerpos de mujer tan vivos y verdaderos como etéreos e intangibles, tan lejanos pero a su vez tan cercanos, en armoniosa síntesis de contrarios; sublimizadas esencias rodeadas por presencias de de nuestro vivir cotidiano; suelos espejos, jarros envueltos en un halo de misterio que nos transportan a un mundo mágico de ignotas pero gozosas sensaciones. Como el Juan Ramón de Eternidades, Félix Revello nos presenta a una mujer divinizada, a una mujer desnuda no en el sentido banal, sino en el sentido de esencias infinitas , de ETERNIDAD. Magníficas son las reproducciones dedicadas a su querida Chini, a su madre… Sinceridad velazquiana, trazo enérgico, dulce contención y sensual elegancia. Ahora, después de tantas muertes, su mujer Mª Rosa, su musa querida y admirada, le ayuda a pintar en ese lienzo sublime de la vida.