Ayer estuve al lado de otro mar, el Cantábrico, en el Palacio de la Magdalena, en un curso de la Universidad Menéndez Pelayo que dirige el periodista Fernando Jáuregui. Me tocó debatir sobre Constitución, partidos y elecciones, en una mesa redonda con Rosa Díez, Gaspar Llamazares y Gustavo de Arístegui. Nos moderó otro periodista, Manuel Ángel Menéndez. La verdad es que da gusto ver cómo un periodista modera un debate hasta convertirlo en algo vivo e interesante, sin necesidad de tener que exacerbarlo hasta convertirlo en un espectáculo moralmente sangriento. No es verdad que todos seamos iguales, ni todos los periodistas, ni todos los representantes, ni todos los representados somos iguales.

Quizá la mar gruesa del ataque a la deuda italiana y las consecuencias del mismo para el euro también ayudó a que las intervenciones de desarrollaran buscando las aguas tranquilas del diálogo y del encuentro, aún a pesar de las muchas diferencias que hay entre nosotros. Aunque sea por un breve espacio de tiempo, las poderosas fuerzas sistémicas de la economía nos impulsan a pensar que todos debemos remar en la misma dirección. La urgencia de los actuales momentos no da mucho espacio para el debate ideológico, y menos aún para ejercicios demagógicos. Muchas de las descalificaciones, muchas de las críticas fáciles, se estrellan contra la realidad de la situación de Grecia, Irlanda, Portugal, y ahora de Italia y Bélgica. Difícilmente se pueden achacar las dificultades de Italia a la gestión del presidente Zapatero, cuando el diferencial de la deuda italiana con el bono alemán crece por encima del español, uno puede entender la batalla que Rodríguez Zapatero lleva dando desde mayo del año pasado.

Esas descalificaciones, que llegan hasta los insultos, pierden su sentido cuando se ve la magnitud del problema que tiene la economía mundial. Lo cierto, además, es que de igual manera que nada explica esas descalificaciones genéricas, tampoco las soluciones simples y genéricas sirven para mucho. Días atrás leía que el presidente gallego, Núñez Feijóo, decía «no tengo dudas de que si gana Rajoy se acabará la crisis». La verdad es que no imagino a los belgas y a los italianos pidiendo durante estos días al dios de las elecciones que el presidente Rodríguez Zapatero adelante los comicios en España a ver si un tal Rajoy gana y se acaba la crisis.

Estoy convencido de que las nuevas tecnologías de la información y comunicación son un poderoso instrumento de producción de poder, que tienen una capacidad tan poderosa de construir la realidad que puede que algunos tengan la tentación de sustituirla por una realidad virtual, hasta ocultar a nuestra propia vista el mundo en el que vivimos, pero también estoy convencido de que una cosa es ocultar la realidad y otra distinta es anularla. Y una cosa es ocultar Grecia y otra, bastante más difícil, es ocultar Italia. Si esto le está pasando a una economía como la italiana, el diagnóstico de nuestros problemas debe ser más complejo que un insulto, y la solución algo más racional y laboriosa que un milagro.

Me temo que no se trata de cambiar de presidente sino que, parafraseando a Quevedo, sólo mejoraremos nuestro estado si somos capaces de cambiar de vida y costumbres. A lo mejor, una propuesta realista resulta la propuesta más ambiciosa para nuestro país. A veces, entre tanto mundo virtual, la realidad es el verdadero milagro.