U­n amigo editor dice que poner el periódico entero en internet es como dispararse en el propio pie. Me lo corroboró hace tiempo una joven asistente a un coloquio. «¿Por qué tu periódico no pone en la web todo su contenido?», preguntó a un directivo de prensa. «¿Y para qué lo quieres?», respondió éste. «Para no tener que comprarlo», confesó la joven, con inocente sinceridad. Y entonces, ¿quién paga mi cena?, fue la reflexión silenciosa que se apoderó de mi mente. La publicidad que consiguen las ediciones digitales sirve, en el mejor de los casos, para pagar a las reducidas plantillas que agregan teletipos y animan la participación, pero que no podrían elaborar toda la información reproducida de la edición de papel, que elaboran redacciones diez o veinte veces más nutridas.

Los editores son naturalmente conscientes de la situación, y le dan vueltas desde hace años. Las opciones extremas van de prescindir de la web, y no regalar ni una línea de contenido, a intentar sacar dinero de internet con la venta de contenidos. La primera alternativa significa renunciar a un mundo con creciente protagonismo. La segunda solo es viable si todas las cabeceras hacen lo mismo al mismo tiempo. A ello parecen dirigirse algunas iniciativas de quioscos digitales, donde se pueden comprar, al número o por suscripción, las versiones completas de gran número de periódicos, con las páginas de la versión impresa adaptadas a las pantallas de los dispositivos digitales (sean estos un ordenador, una tableta o un teléfono móvil inteligente).

Leí en un periódico un amplio reportaje sobre su incorporación a uno de esos quioscos. Al poco me di cuenta que lo estaba leyendo a través de la web del mismo periódico, y lo estaba haciendo porque es de acceso libre y gratuito. Si dejara de serlo tal vez me iría al diario de la competencia. Solo si todos los buenos diarios cierran el acceso gratuito me plantearía la suscripción digital (aunque tal vez preferiría andar hasta el quiosco físico donde venden los de papel).

Pero tal vez no necesite hacerlo. Parte del contenido de cualquier periódico es común a otros medios y accesible en radios, televisiones y webs de noticias gratuitas. Lo interesante son los contenidos exclusivos, y estos pueden ser rápidamente transmitidos entre los miembros de grupos sociales unidos por amistad afinidad o intereses compartidos. Tal vez algún amigo, con acceso a una suscripción pagada por otro (una empresa, una institución), me podrá mandar lo mas interesante de cada día. O algún espabilado montará una web de contenidos pirateados y la domiciliará en alguna isla refugio.

Por lo tanto, al final de la reflexión nos encontramos con el asunto de los derechos de autor y de la protección del copyright. Mientras este bien no sea defendido por la ley, la justicia y la policía con el mismo esmero que tradicionalmente se ha dedicado a las reservas nacionales de oro o las fábricas de alta tecnología, no se va a enderezar realmente la situación.