La crisis económica mundial tiene metástasis y la quimioterapia alemana se muestra ineficaz para detener el avance del maligno cáncer que afecta a los países del sur de Europa. Enfermos obligados a aceptar tratamientos experimentales, con graves efectos secundarios, y a los que el miedo empuja a buscar culpables de su enfermedad. España e Italia, países del dandismo económico, viejos hidalgos de la apariencia y simpáticos tahúres de la corrupción del poder, no consiguen salir de la UVI. El lugar en el que Alemania los vigila, considerándolos enfermos terminales a los que ni siquiera las inminentes y agresivas reformas lograrán salvar. Josef Joffe, editor del seminario alemán Die Zeit, lo ha dicho bien claro: «Europa sólo se salvará si los países del norte, en cuyo ADN está la disciplina fiscal y el gen de la productividad, suelta el lastre de esos países del sur que gastan más que lo que tienen y continuamente ponen en peligro la salud del euro». Ha tenido que ser un viejo periodista el que haya dicho lo que muchos expertos europeos piensan y no tienen agallas de aseverar en el parlamento europeo. Está claro. Más tarde o más temprano, Alemania, Francia e Inglaterra formarán algo parecido a la antigua Commonwealth basada en la riqueza común y expulsarán a sus vecinos pobres, entre los que se encuentra España.

Un destino que parece cada vez más inevitable y cercano, lo acepten o no los gobiernos de la marea azul que afirman su firme decisión de extirpar lo que haga falto y de tajo para que nuestro país siga siendo la raquítica cola del león. Ambas cosas, la filosofía de los pudientes de Europa y la resistencia de los afectados por el cáncer económico, están provocando un creciente racismo basado en el choque de culturas y en el color de la piel de la economía. Los países del norte nos ven a españoles e italianos como la amenaza de ciudadanos de segunda fila y nosotros vemos a los inmigrantes de igual manera. Es decir personas lastre para el progreso social.

El reciente Informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia es taxativo. Más del 40% de nuestros paisanos expulsaría a los inmigrantes en paro, el 80% afirma que en España hay demasiados extranjeros y dos de cada tres ciudadanos se queja de que los inmigrantes son el colectivo más protegido que más abusa de los servicios sanitarios y sociales. Lo mismo que piensan de nosotros los alemanes, cansados de costearnos el oxígeno para una recuperación económica que no creen que consigamos y decididos a no poner en riesgo su bienestar con los millonarios rescates de una Banca en la que ya no hay más dinero ni ganas. Esta situación terminará agravando aún más ese racismo interior que culpa a los inmigrantes que, en la época de las vacas gordas, desembarcaron en España para trabajar en los ámbitos de la agricultura, del servicio doméstico, de la asistencia a las personas enfermas de la tercera edad, etc, porque ningún español quería dar el callo, entre otras cosas, porque preferían vivir del subsidio. En cambio, ahora, cuando la realidad es flaca y pálida, el personal patrio culpa de todos los males a un sector de la población que ha resultado mucho más productivo que nosotros y al que mira con malos ojos de sangre. Este clima de racismo es real, patente, pura bomba de relojería e incluso se ha convertido en un argumento de desprestigio político como ha demostrado Rafael Schutz, exembajador de Israel en España, al denunciar que ha sentido en carne propia el antisemitismo español. Una chorrada enorme. Ya me dirán ustedes quién ha podido mirar mal a un embajador que, al igual que todos los de su gremio, no se codea con los mortales. Aún así, su afirmación contribuye a propagar la imagen inquisitorial de España y a que, desde fuera, nos vean como un país en el que, en cualquier momento, puede estallar un conflicto social. Tampoco sería la primera vez. Hace siglos, cuando la economía castellana empobreció con la Reconquista religiosa el país, se expulsó a moriscos y judíos, inmigrantes que contribuyeron a la creación de riqueza. Lo malo es que ahora, para Alemania, nosotros somos los conversos, los que no cumplen con los códigos de sangre y los preceptos de la religión económica.