En estos últimos tiempos, estamos oyendo en todo tipos de foros y documentos sobre la necesidad de profundizar en una democracia que sea más participativa, que cuente con la ciudadanía no a través del voto cada cierto tiempo sino de manera continuada. Dentro de esta reivindicación de más democracia participativa, con la que coincido, es imprescindible que vindiquemos la democracia paritaria que pone el énfasis en las carencias de una democracia que se desarrolla sin la participación activa del 50 por ciento de la ciudadanía.

La democracia paritaria implica, por un lado, dicha participación activa y, por otro, que haya una representación equilibrada de mujeres y hombres, tanto cuantitativa como cualitativamente en los procesos democráticos. Cuantitativamente, en España, como en otros países, datos históricos demuestran la causa-efecto de las cuotas en el incremento de la participación de las mujeres.

Pongamos como ejemplo ahora que se avecina el 20-N las elecciones al Congreso de los Diputados. En 1979, la presencia femenina no fue superior a un 6%, cifra similar a las convocatorias electorales posteriores del 82 y 86, en las que la presencia femenina fueron del 4,57% y 6,29%, respectivamente. Estos porcentajes han ido incrementándose y en poco más de treinta años hemos pasado de 21 diputadas a las 127 de la actual legislatura (2008-2012). Esto resulta un logro considerable, aunque las mujeres españolas actualmente solo resultan un tercio de la Cámara Baja. Una propuesta para paliar este déficit democrático es que allí donde la norma exija paridad en las listas que éstas sean cremallera y donde aún no se exige paridad que se haga.

Por otro lado, cualitativamente la paridad democrática defiende la necesidad de consolidar liderazgos de mujeres. Históricamente, las mujeres hemos querido colaborar en cambiar algunos estilos y formas de hacer, acortar distancias entre la ciudadanía y la política, profundizar en la democracia haciéndola más participativa. Sin embargo, hemos sido objeto de intercambio entre nosotras como si de cromos se tratara. La desaparición prematura de las mujeres en la carrera política o la escasa rotación en cargos (cuestión que no comparto puesto que la política no es una profesión a perpetuidad y es necesario mantener la conexión con la sociedad) han sido el máximo común denominador.

Para corregir esta realidad es fundamental ocupar espacios de toma de decisión, y eso no se logra sin consolidar liderazgos dentro y fuera de los núcleos de poder económico, mediático, político o social. En cuanto al poder político, una propuesta para que realmente se refuercen y consoliden los liderazgos de mujeres pasa por que las que siguen respondiendo y siendo avanzadilla en la democracia participativa, tanto cuantitativa como cualitativamente, sean las voces creíbles para responder a las exigencias ciudadanas actuales.

En este momento de grandes incertidumbres y de exigencias sociales a la política es imprescindible aprovechar todo el potencial humano –a la vez igual y muy diferente– de las mujeres, para gobernar y transformar la sociedad. Porque, como bien dice Diego Martín Reyes, «afortunadamente ya no vale cualquiera, porque la ciudadanía espera altura ética, capacitación, eficiencia y eficacia, porque la sintonía ideológica y el prestigio social son la base de la autoridad, se ha de tener en cuenta la credibilidad del mensajero». Y de la mensajera. Y esto es lo que espera la sociedad de un partido progresista comprometido históricamente con la igualdad.