Los últimos pasos del gobierno socialista se escenifican no sin interés en el trasiego y las palabras que resuenan en la calle Ferraz. Los detalles, las lecturas y las interpretaciones de los ya inamovibles resultados electorales dejan lugar al consuelo y la autojustificación porque siempre lo hacen, sean cuales sean. Y en el Partido Socialista, curtido en mil batallas, ya hay una cierta explicación basada en la crisis y en las cifras de desempleo. Afirman estar haciendo un claro ejercicio de autocrítica que, más que serlo realmente, se conforma con repetir una y otra vez la palabra autocrítica sin desarrollarla con el más mínimo contenido. Varias leves frases merodean con que pudo hacerse alguna otra cosa, que pudo gestionarse algún tirabuzón crítico contándolo de otra manera. No hay más. Una cierta conformidad flota al apuntillarse que el partido ganador ha aumentado su refrendo electoral en unos quinientos y pico mil votos. Poco, parece ser, para los analistas de un PSOE que aún se sabe referente y que renuncia definitivamente a profundizar en cualquier tipo de búsqueda de errores o defectos en decisiones o planteamientos. Cualquier titubeo o amago de reflexión sobre el pasado reciente choca con la urgencia impostada de buscar el futuro inmediato. Así, definir la portavocía, organizar su próximo congreso y especular con apoyos en la cúspide para Rubalcaba, las posibilidades de ganar para una «mujer catalana y socialista» como Chacón o divisar con deseo la irrupción de una tercera vía encarnada en un político conocido como Patxi López o en otro aún no clasificado, ocupan todas las horas, las ansias y los proyectos. No hay tiempo para más.

Al otro lado de la mesa hay consigna de no dar rienda suelta a ningún tipo de optimismo o contento por la victoria por importante que ésta haya sido. Tras la intensa actividad de la campaña, los dirigentes, los grupos y las organizaciones de la periferia ajustan sus posiciones, elaboran sus proyectos y aguardan activamente a que pasen los días, los plazos, las constitución de las Cortes Generales y la investidura del Presidente Rajoy. De reojo no se pierde detalle del comportamiento de la prima de riesgo –que no cesa–, los bonos y la inasequible firmeza de Angela Merkel y su acoplado y decisivo socio, el presidente Sarkozy. Hay una evidente presión exterior con el vano propósito de situar a Mariano Rajoy en la posición de anunciar o incluso tomar medidas drásticas o planes de ajuste profundos que, sin atender a las necesidades o características internas, tranquilice los mercados o hasta más que eso.

La recién iniciada serie de conversaciones oficiales de traspaso de poder encabezadas respectivamente por el ministro Jáuregui y la portavoz Sáenz de Santamaría no obsta para que en la sede de calle Génova se trabaje en el análisis y el conocimiento de la auténtica realidad de cuentas, compromisos, circunstancias y hechos, así como en las medidas, soluciones e impulsos que se pondrán en marcha en cuanto se abra el B.O.E. de la décima Legislatura.

En ambos casos es el círculo de confianza el que gestiona respectivamente la derrota y la victoria. Los socialistas, los mismos que han comandado el gobierno y las elecciones, se reúnen para explicar y explicarse qué ha pasado, qué van a hacer y cómo quieren sucederse a sí mismos. Los populares, los mismos que han ejercido la labor de oposición y han dirigido al Partido Popular en los comicios obteniendo una histórica victoria, van a ocuparse del siguiente paso poniendo negro sobre blanco tanto en los nombres de los nuevos responsables gubernamentales como en las decisiones a tomar. Hay algunas diferencias, mientras unos administran el feliz resultado de su esfuerzo, otros no quieren dar por finalizada la pertenencia a un círculo de confianza que ignoran que ha sido disuelto tras la derrota. En un entretenido epílogo, los días, las horas y los hechos mostrarán a cada cual su nuevo lugar.