La toma de la Aduana. Para que no quepa duda de quién manda. Con diurnidad y un fotógrafo. El casco, y a visitar el edificio. Acabando con los símbolos socialistas. Elías Bendodo; Jorge Hernández Mollar, al que se le va quitando la cara de eurodiputado, que marca mucho y se le va poniendo rostro de subdelegado y Francisco de la Torre, que tenía un hueco en su agenda de senador. Entraron como Elías por su casa si bien a los socialistas les ha parecido que penetraron en el inmueble como esos guardias de La Carga de Ramón Casas. No faltaría quien los pintara como eran representados en la pintura flamenca esos avaros contando posesiones.

Entraron en la Aduana y tal vez ahí se removiera expectante el fantasma de Enrique Simonet -incluso su famoso corazón- o el de Enrique Mapelli Raggio o tal vez el de José Moreno Carbonero, inquietos por si sus cuadros eran desempaquetados y tomaban vida en una pared. De una vez. Mollar aseguró que las obras estarían terminadas antes del verano y mientras, por las ondas, en la Ser, se abría paso la voz del director del Prado diciendo, oiga, a mí nadie me ha dicho nada de que la Aduana sea subsede del museo. Oiga, que ya hay ahí ciento y pico cuadros de esta pinacoteca. Vamos que, y nunca mejor dicho, se quedó a cuadros. No sabe el tal director con quién se está jugando los cuartos. O sea, con el trío modernista o flamenco, impresionista sin duda. Trío que se entrevistó hace ya fechas junto a Javier Arenas con el ministro de Cultura, un personaje apellidado Wert. Lo mismo le quedan dos telediarios en el cargo, por desobediente. Al director, no al ministro.

Dónde va, hombre, jodiendo usted lo que iba a ser el asunto estrella de la campaña…Siendo franquicia o no, el caso es que parece que al fin la Aduana será museo, con su tejado a dos aguas, su camisita y su canesú. Será, como poco, Museo de Bellas Artes, uno de los que atesorará tal vez la mejor colección de pintura del XIX que pueda verse. La pelea partidista es ahora por ver si debajo del rótulo pueden colocar cinco letras: Prado. Desde la Junta se quejan de que, correspondiéndoles en teoría la gestión de los museos y la cultura, no fueron invitados a la visita, si bien ya el avispado lector si es observador de la política local habrá notado con perspicacia que hablando de arte, en el arte de no invitar, es también diestra y casi sin rival la citada Junta, que incluso durante un tiempo se dio al gozo juguetón de ningunear a Francisco de la Torre, que aunque ya sabemos que puede resultar picajosamente reivindicativo tiene el hombre su corazoncito institucional. Aquí todo el mundo quiere pintar algo. La Aduana es la continuación de la guerra por otros métodos. Con toda la mar enfrente.