Aquellos que creen que no cumplir con una promesa les acarreará años de desdicha y mala fortuna deberían saber que Málaga es uno de los pocos lugares del planeta donde esa regla no se cumple. Donde el hechizo no tiene poder. Aquí se pueden lanzar promesas y no hacer caso a la deuda. Los malagueños lo sabemos, pero preferimos creer que un día la maldición se romperá y acabará con los falsos profetas y sus descarados augurios de una ciudad mejor, más moderna, más atractiva... Nuestra inacabada Catedral se erige como testigo de que ni siquiera siglos atrás los gobernantes cumplían con lo pactado. Y ahora nos hablan de una sucursal del Museo del Prado en la Aduana para hacernos soñar con Goya, Velázquez, El Greco, Durero, Tiziano... El presidente del Partido Popular de Andalucía, Javier Arenas, soltó la perdiz el pasado sábado: esperemos que «pronto tengamos respuesta de este proyecto». Y ayer se conoció la respuesta de la pinacoteca madrileña, donde desconocen la propuesta. Con un escueto, «no ha habido ningún contacto» al respecto, resolvió la papeleta el máximo responsable del Prado, Miguel Zugaza, que declaró desear lo mismo que desean los ciudadanos malagueños: que el Museo de Málaga «tenga una solución definitiva» y que su colección -en la que hay más de cien obras del Prado- «tenga la visibilidad que se merece» y abandone para siempre los sótanos y las cajas.

Arenas ni siquiera ha sido original en eso de prometer hasta vencer, pues anteriormente a él, en Málaga hemos escuchado de todo. De lo más ridículo a lo más descabellado. Sin hacer mucho esfuerzo, recuerdo un titular que decía que Torremolinos podría acoger en unos años la ceremonia de los Oscar. Y otro que narraba la intención de trasladar la gala de los Goya de Madrid a Málaga. También nos aseguraron que el primer corte de la Capitalidad Europea en 2016 estaba más que pasado. Y que tendríamos unos estudios de cine grandiosos que convertirían la Costa del Sol en el Hollywood de Europa. He sido testigo de una rueda de prensa en la que se detallaban las líneas de un futuro museo de cine -que iría, además, acompañado de una escuela de cine-.

Creo que a algún espabilao se le ocurrió dibujar un puente de once kilómetros que cruzaba, de punta a punta, la bahía malagueña y que serviría para aliviar el tráfico. Y si no me falla la memoria, fue muy sonada la tentación de Disney de plantar en nuestra tierra su maravilloso parque de atracciones que, como la cigüeña, acabó en París. Me cuentan que Fuengirola se empeñó en ser el escenario de la última prueba del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 y que el mismísimo Ecclestone acudió a una presentación de la maqueta del circuito. A estas alturas, mentar el Parque de los Cuentos y Art Natura queda hasta mal. Otras promesas perdidas son el funicular de Gibralfaro y la recuperación del tranvía. Mucho me temo que el cacareado proyecto del Auditorio del Puerto tiene escrito en la frente el mismo destino del Teatro del Puerto que planteó Antonio Banderas en San Andrés. Dicen que Málaga se asemeja a la tierra prometida. Es así. Lo prometo.