Era el día de la aprobación de la reforma laboral cuando escuchaba en la radio de un taxi a un experto jurista explicar las terribles consecuencias que para los trabajadores supondría este decretazo. El taxista, un hombre de unos treinta y cinco años, expresaba una ira contenida sobre lo injusto que estaba siendo esta crisis sobre los más débiles, «y ahora» me decía, «se ceban con los curritos». El taxista, a la vez que vomitaba su indignación, se afanaba en dejar claro que él no era ni de izquierdas ni de derechas, pero sus palabras delataban un posicionamiento ideológico evidente, aunque él mismo lo descartara.

Nunca había tenido tan claro como aquella tarde que si la izquierda se construye desde la razón, se dibuja desde las emociones, sobre todo de las que surgen ante situaciones que percibimos como injustas. Nuestra respuesta ante una injusticia es lo que nos define ideológicamente. Porque la justicia como sentimiento es lo que modula el resto de valores y principios que se transforman luego en decisiones, en política, ésa que provoca que ante una situación de maltrato machista podamos retratarlo como una cuestión doméstica, privada, o decidir, ante la indignación que nos produce, que es un problema social necesitado de leyes, juzgados, policías y psicólogas, es decir, de los recursos públicos que entre todos aportamos.

La política, como forma de ejercicio del poder democrático, nos revela las diferencias entre la izquierda y la derecha; diferencias que son más evidentes en época de crisis, de escasez, pues obligan de forma inexcusable a elegir la inversión de los recursos disponibles. Y elegir es renunciar, y a lo que no estamos dispuestos a renunciar quienes nos sentimos de izquierda es a la justicia. Porque de esta crisis seguro que saldremos, pero no será una salida justa si condenamos a quienes menos recursos tienen al desamparo de sus propias carencias.

No tendremos una salida justa de la crisis si elegimos para salir de ella una sanidad como negocio, pues entonces sólo quienes pueden permitirse generarlo tendrán acceso a un buen sistema sanitario; y lo mismo pasa con la educación, donde una reducción de fondos desembocará en mayor desigualdad, pues cada individuo dependerá entonces de la capacidad económica familiar para invertir en formación privada si la educación pública sólo cubre unos mínimos aparentes.

Pero la compleja sociedad en la que vivimos exige mucho más que una igualdad en educación y sanidad; hay obstáculos que impiden disponer de oportunidades vitales para el pleno desarrollo personal. Pienso en esos entornos sociales en los que nunca se plantearían que alguien de 16 años pudiera vivir fuera para aprender un idioma, y hoy, en Andalucía, miles de jóvenes disfrutan de esa oportunidad gracias a la política. O esas becas Talentia que permiten obtener títulos superiores en centros de prestigio de todo el mundo a jóvenes que jamás habrían soñado con esa oportunidad. Y qué decir de las mujeres que recurren a esa joya pública que es el Instituto Andaluz de la Mujer para salir de una vida de maltrato, recuperarse en casas de acogida y poder montar un negocio, o acceder a un empleo, que les permitirá vivir con dignidad.

Hay más ejemplos, pueden verse en cualquier página web, como la de la comunidad virtual de Turismo Andaluz, que permite a cualquier pequeño hostelero o restaurador venderse al mundo en igualdad de condiciones que todo un Meliá. O el AndalucíaLab, con prácticas de innovación turística disponibles tanto para pequeñas o grandes empresas. Y cuantos jóvenes ejercen una carrera profesional y artística gracias al Centro Andaluz de Teatro, que además nos enriquece a todos, porque la cultura también es riqueza.

En definitiva, la política no es neutra, tiene un origen que nace de las emociones ante lo que vemos a nuestro alrededor, un diseño que brota de la razón y del conocimiento, y una práctica concretada en presupuestos y planes de acción que hacen posible una determinada educación, sanidad, cultura, comercio, en definitiva, un modelo de convivencia. Y sí, hay diferentes modelos, se lo podemos preguntar a estudiantes en Valencia, a pacientes enfermos en Cataluña, o a mujeres víctimas de violencia en Castilla la Mancha. En Andalucía decidiremos pronto cual será el nuestro.