La secuencia es bien conocida desde la guerra de los Balcanes: la piadosa opinión de Occidente se subleva contra las atrocidades en una guerra y pide a sus gobiernos que detengan la masacre. Si la cosa, como es habitual, no funciona, les pedirán que intervengan para poner paz sobre el terreno y llevar a los malos ante un tribunal. Ante esa presión cívica y mediática los países mandan armas y tropas, pero al llegar tienen que pegar tiros y echar bombas porque es lo que hay en una guerra. Como las bombas no siempre aciertan, y hay víctimas inocentes, la opinión vuelve a sublevarse, ahora contra los suyos. Entonces los gobiernos optan por una guerra de perfil bajo, que lógicamente se eterniza. Como esto suele coincidir con las primeras remesas de ataúdes de nuestros buenos chicos, la ciudadanía clama por el regreso a casa y pide juicios por crímenes de guerra de los propios. Etcétera.