Urdangarin sintetiza el fracaso de la enseñanza universitaria en España. El brillante alumno titulado por las instituciones académicas más resplandecientes del orbe empresarial desconoce los principios básicos de la facturación, contabilidad y contratación. Se quedó atascado en el capítulo de cobros. En más de un momento de su inhibición ante el juzgado de Instrucción, se muestra incapaz de distinguir entre su benemérito Instituto Nóos, la Consultoría Nóos utilizada para saquear al anterior y la inmobiliaria Aizoon que comparte con la infanta Cristina. Si los presuntos corruptos confunden los instrumentos que utilizan, por qué habrían de dominarlos los contribuyentes que pagan sus excesos. O expresado de otra manera, por qué se exige tanto para perseguir un delito de cuello blanco, y tan poco para cometerlo.

No deben cargarse en exceso las tintas sobre la amnesia de Urdangarin. Cualquier persona que hubiera hecho lo mismo que él, preferiría olvidarlo. El yerno del Rey no sólo se despistó en las asignaturas más farragosas de contenido numérico de sus másters, tampoco prestó demasiada atención a los asuntos de management y recursos humanos. Sólo así cabe explicar su desdichada elección como colaboradores de personas a quienes calificó directamente de delincuentes. Le falsificaban la firma, efectuaban cobros en su nombre. El duque tendría un pésimo porvenir como cazatalentos. No escatimó suspicacias ni hacia la señora de la limpieza. En vez de despedir o denunciar a los empleados rufianescos, les renovaba la confianza o ejercía presiones en su nombre para que siguieran cobrando.

La triste gestión empresarial de Urdangarin se ve compensada por su modernización de los mitos hispanos. Berlanga y Azcona retrataron magistralmente la corrupción franquista en La escopeta nacional. Aunque el genio de sus autores pertrechaba la historia contra el envejecimiento, el yerno del Rey la ha actualizado en La raqueta nacional, que narra los mismos hechos en una versión ecológica que sustituye el tiroteo por los pelotazos de pádel. Al igual que Sazatornil, también el esposo de la Infanta había de impresionar a los incautos a quienes deseaba vender sus productos inútiles. Qué mejor que convocarlos en el Centro de Negocios de Marivent, antes palacio real del mismo nombre.

Por primera vez en la transición, se admite que la sede de una institución capital del Estado albergó el embrión de un presunto caso de corrupción, aunque el destinatario de los fondos públicos fuera uno de los habitantes del palacio en cuestión, definitivamente mancillado por los inseparables Matas y Urdangarin. La coartada para el saqueo fue el estudio de las conexiones entre deporte y turismo. A la vista del encuentro inicial, el duque se hallaba mejor adiestrado empresarialmente para documentar las conexiones entre deporte y corrupción. El yerno del Rey y sus dos benefactores principales –el expresident de Balears y Francisco Camps– comparten otra peculiaridad económica, el pago de miles de euros al contado. Así lo declaró el esposo de la Infanta ante el juez. Sólo le faltó refugiarse en el inevitable billete premiado de lotería.

Urdangarin se burló del Rey y de sus instrucciones de desligarse de los negocios, según quedó patente en la declaración judicial. Por mucho menos, los humoristas de El jueves fueron perseguidos hasta lograr una condena por injurias a la Corona. Cabe concluir que sólo un miembro de la Familia Real dispone de la venia para mofarse abiertamente del patriarca del citado núcleo familiar. Una vez desgranados los hechos en sede judicial, es posible mantener que el descrédito del duque de Palma no afecta a la monarquía, pero cuesta coincidir con los neozarzueleros, cuando ven reforzada a la institución que ha contemplado la proliferación de ese comportamiento en su seno.

La defensa a ultranza de la Infanta Cristina que jalean los entusiastas del aquí no ha pasado nada dista de aparecer en la transcripción de la declaración de Urdangarin. Más bien al contrario, se advierte un notable desapego hacia su esposa, frente al blindaje entusiasta que ha trascendido. Tampoco reflejan los folios resecos un desvinculamiento de la Corona, sino más bien una sucesión de ironías sobre su estructura anacrónica y su escaso poder de convicción. El duque de Palma se guarda más de un as bajo la manga, y quizás por ello mantiene como abogado a un amigo, antes que a un catedrático recomendado por su familia política. La corrupción genera desconfianza mutua entre los encartados, y alienta rencores inesperados.