La desaparición de la cubierta del Palacio de la Aduana durante el incendio de 1922 volvió aun más sobria la concepción neoclásica de finales del siglo XVIII que guió su construcción. Su volumen se volvió más cúbico, reforzando la rotundidad geométrica de sus fachadas, y revistiendo el edificio de un aire militar, casi de fortaleza. Tal vez esta condición propició que alojase la Subdelegación de Gobierno en la provincia hasta su reconversión, aun por concluir, en Museo de Málaga. Y como su genérico nombre indica, parece que su contenido y la definición de su personalidad están abiertas, más allá de la finalización de sus obras.

Durante la rehabilitación de un edificio existente es práctica habitual cubrir sus fachadas mediante algún tipo de protección textil, por cuestiones puramente de seguridad. Cuanto mayor es la importancia del edificio y su relevancia en el perfil reconocible de la ciudad, más cuidada es la concepción y factura del envoltorio, que anticipa el regalo que supone una vez desenvuelto, la transformación realizada.

Christo es un artista bulgaro de Land Art, que envuelve objetos de gran escala con telas gigantes, entre ellos el Pont Neuf de París o el Reichstag de Berlín. Ambas obras son, como las más recientes «Puertas Naranjas» de Central Park, umbrales de la consciencia e hitos en la biografía de dichos monumentos. Hay un antes y un después; una transfiguración de lo conocido, una metamorfosis que muestra una realidad cotidiana bajo una nueva mirada, capaz de sacudir la neblina ocasionada por la rutina, en la agudeza de los sentidos.

Algo de esto tienen también las lonas que pronto se retirarán del Palacio de la Aduana. Un velo ya familiar, un lienzo gigantesco que ha mostrado la estática fachada neoclásica con un movimiento alegre, en danza cómplice con la vanguardia artística que representa el Museo Picasso. A veces las ondulantes fachadas acercan el mar y los reflejos que la Aduana tuvo en él cuando aún lo tenía a sus pies. Otras, traen el recuerdo de la vanguardista Dancing House de Frank Gehry en Praga. El futuro más concreto del Museo de Málaga está aun por desvelar, pero su influjo cultural ya hace sentir el sol.