Es sabido que alguna gente tiene dinero porque no lo gasta. ¡Quién no conoce al típico amarrategui, hermano militante de la cofradía del puño, el individuo ese, generalmente simpático y ameno conversador, que saca del bolsillo el cigarrillo ya encendido, que no paga un café ni aunque se lo mande el médico, que te regala consejos, se funde en abrazos contigo pero que sale huyendo si huele que hay que pagar a escote! Todos tenemos un amigo así. Y no se trata siempre, conste, de gente borde, que también. Puedo afirmar que, entre los agoniosos, existen buenas y amables personas, deseosas de agradarte pero incapaces de dominar el estremecimiento y el dolor estomacal que les produce tener que invitarte a una cerveza. La tacañería es una enfermedad congénita que afecta por igual a ricos que a pobres. Sin embargo el caso de los tiesos es menos perceptible. Tienen menos oportunidades. Lo de los cresos es más llamativo. Están en su momento.

Ciertos millonarios han sido más famosos por su avaricia y tacañería que por sus actividades como empresarios o como políticos. Amasar fortunas a base de gastarse menos que los raíles del tren es una técnica antiestética aunque menos despreciable que la de la explotación. Hay quienes practican la roñosería con ellos mismos. Aunque parezca mentira, existen potentados a los que les cuesta horrores soltar la pasta incluso cuando se trata de disfrutar. Hacen trayectos aéreos transoceánicos apretujados en clase turista, renunciando a las comodidades de la First Class, porque ese gasto lo consideran un despilfarro. Se alojan en hoteles cutres. No dejan propina en los restaurantes.

Yo mismo conocí a alguien que viajaba de una ciudad a otra en la cabina de los camiones de pescados de una empresa asociada a la suya con tal de no pagar el billete de un autobús de línea. Les decía a sus camioneros que le gustaba hablar con ellos. Pero la verdad es que nunca en su vida hizo el más mínimo gesto de abrir su monedero, si es que lo tenía. Debo decir de este personaje que era inmensamente rico. Y no mala persona. Entre los más conocidos agarrados de la historia figura el norteamericano Paul Getty, que para liberar a su nieto secuestrado prestó a su hijo un dinero al cuatro por ciento de interés. Este hombre puso teléfonos de moneda en su mansión para evitar las llamadas gratuitas de sus invitados. Otro ejemplo de cicatería, dicen, es el sueco Ingvar Kamprad, dueño de una exitosa firma de muebles que todos conocemos. Se trata de un auténtico magnate que pide a sus empleados –y tiene cerca de cien mil– que aprovechen el papel por los dos lados. Este señor tan opulento usa su tarjeta de la tercera edad para beneficiarse de los transportes públicos, reconoce abiertamente su mezquindad y en su publicidad utiliza la famosa frase: no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita. También hay mujeres multimillonarias que vivieron obsesionadas con no gastar y que deben su popularidad a la virtud del ahorro, en este caso más ruindad que virtud. Cuentan de Hetty Green, una influyente financiera de Wall Street, que su grado de miseria llegó al extremo de quedar postrada en una silla de ruedas por negarse a pagar los 150 dólares que costaba una operación de hernia.

La revista Forbes ha sacado la lista de los cien primeros multimillonarios del mundo. Entre ellos, en quinto lugar, aparece un español: Amancio Ortega, dueño de treinta y siete mil quinientos millones de dólares, una cantidad que a mi no me cabe en la cabeza. Ni a mí ni al común de los mortales. Llama la atención en ese ranking que China, un país comunista, sea el tercero en número de millonarios. No extraña, en cambio, que Estados Unidos sea el primero y que Rusia haya ido trepando hasta auparse en el segundo puesto. Tampoco es raro que España sea ya una potencia en nuevos ricachones. No todo iba a ser récord continuado de parados.

Dice Forbes que, desde que empezó la crisis en 2008, no ha dejado de aumentar la cifra de multimillonarios. Tampoco ha bajado, si no al contrario, la producción de equipos de lujo, como los cochazos, los jets y los yates. Los fabricantes de estas maravillas dijeron hace poco que nunca habían obtenido tantos beneficios como ahora. El dinero sigue teniendo un solo color. Yo creo que por eso están haciendo tantos recortes sociales, tantos cambios. Para que todo siga igual.