Si no se abusa del poder, no hay autoridad posible. De esa sentencia parece derivar la vida profesional de la periodista Rebekah Brooks, sumida hoy en un biotopo crepuscular tras su última detención. La policía entró en su casa de madrugada, hace unos días, como si la todopoderosa Brooks compaginara su biografía con la de un delincuente común. Si el estamento judicial declara culpables a ella y a su marido Charlie, por obstrucción de la justicia, ambos podrían permanecer en la cárcel el resto de sus vidas.

La exredactora y exdirectora de News of the World, la exdirectora de The Sun y la exconsejera delegada de News International, títulos que ofrenda al altar periodístico/empresarial, es vieja amiga de los calabozos londinenses. Fue arrestada el pasado julio por las crisis de las escuchas, lo que la obligó a dimitir de su último ascenso. News International es la rama británica de Rupert Murdoch que controla The Sun, The Times y The Sunday Times. El escándalo de las grabaciones -que no pasaría ningún examen de ética profesional, ni siquiera el más laxo y posmoderno- la forzó a abandonar su labor directiva en la compañía de Murdoch y a recluirse en casa, muy a su pesar. La ambiciosa Rebekah Brooks cayó en un abismo que sólo superó bajo los techos de su último esposo, de familia acaudalada, cuyas raíces se posan en Eduardo III.

Años antes, su descenso al infierno de los calabozos se desencadenó debido a una pelea a brazo partido con su primer marido, Ross Kemp, actor televisivo y dedicado en la actualidad a tareas informativas en el mismo medio. Se casaron en 2002 bajo el neón de Las Vegas, y Ross la introdujo en los laberintos del Nuevo Laborismo, que alcanzaría su hegemonía con Tony Blair en Downing Street y Anthony Giddens en el cuerpo doctrinal. En 2000, Rebekah Wade (no se cambió el apellido en su primer matrimonio) alcanzó la cima de News of the World. En 2003 ya se había convertido en la primera mujer que dirigía The Sun: los escándalos hipogástricos/políticos, bajo su bota; la oceánica influencia determinada por el nivel de la panfilia universal, al albur de sus decisiones.

Dos años más tarde, la policía la depositó en la comisaría del barrio -también al alba- tras una pelea con Ross, que apareció en escena con un labio partido. Salió en libertad porque Ross no presentó denuncia. El episodio se recuerda por otra peripecia adecuada al personaje: la directora de The Sun emergió refulgente tras pasar la noche en los calabozos con un vestido de alto diseño que le había enviado Rupert Murdoch al enterarse de su percance. No desayunó con el editor, con el que tenía cita, por razones obvias. Rebekah y Ross aún pasaron juntos cuatro años. Se divorciaron en 2009.

Pocos meses después -dos a lo sumo- se casaba con Charlie Broks, de la alta clase londinense. El noviazgo cristalizó entre sonadas brumas aristocráticas, destellos pirotécnicos decimonónicos. Lo publicó entonces la revista Tatler: «Cuando Charlie Brooks se levanta por la mañana, lo que más le gusta es volar a Venecia desde el aeropuerto de Oxford con la que va a ser su mujer, Rebekah Wade, la deslumbrante pelirroja que dirige The Sun, para ir a comer a Harry’s Bar. Luego, tras ir de compras y pasear por la ciudad, la pareja vuela de vuelta a Londres para cenar en Wiltons, en Jermyn Street».

Rebekah y Charlie habitan hoy una casa de campo en Chipping Norton, rodeada de famosos y guapos y, por su puesto, de la alta burguesía. Cerca de su mansión, mora David Cameron, con el que la pareja mantiene lazos al parecer inmutables. El «glamour» que rodeó su boda, hace tres años, sólo lo igualó la estela de poderosos que se congregó en la finca de cien hectáreas donde se celebró la fiesta social. No sólo se personó Murdoch; también estuvieron Gordon Brown y David Cameron y 240 invitados más. La alta sociedad londinense al completo.

¿Asistió Jarry Hayes? Tal vez. A ese diputado conservador le «asesinó» públicamente Rebekah cuando apenas había completado los 29 años desde las páginas de News of the World. Lo hizo con dulzura, con la suavidad enternecedora del homicida que ama su obra. Tan afable y tierno fue el asesinato que Hayes llamó al diario en cuestión para agradecer su «muerte dulce». Fue en 1997. Hayes estaba casado, pero demonizaba la homosexualidad.

La entonces redactora acudió al parlamento para advertirle de que su diario iba a publicar el romance que había mantenido con un joven militante de su partido. La seducción de Rebekah hizo todo lo demás. Hayes glosó las virtudes de la periodista y agradeció a la publicación que se hubiera tomado la molestia de informarle antes de editar el reportaje que iba a destrozarle la vida. Rebekah en estado puro. O la iconografía exacta de Rebekah.

Años más tarde, despedazó la vida de Gordon Brown al publicar, en The Sun, que el hijo pequeño de los Brown padecía fibrosis cística, una enfermedad incurable que guarecía la familia de la opinión pública tras llorar otro drama vivido entre sus paredes: la muerte prematura de su primer hija. Rebekah no tuvo compasión. Aún así, Brown y su esposa Sarah estuvieron en la boda de la periodista, y la han bendecido después con su amistad. Al igual que Tony y Cherie Blair y, por supuesto, el primer ministro, David Cameron y su mujer, con quien se había relacionado antes de que ascendiera a su cargo actual. Los Brooks comparten con los Cameron hasta las Navidades. El poder es endogámico y parece formar círculos cerrados.

Brooks cultiva a los poderosos y los poderosos le devuelven las reverencias. Sus vínculos con Murdoch son muy especiales. Se decía que, al margen de los intereses profesionales, el editor y la periodista mantenían una relación paternofilial. A Murdoch le gusta como trabaja Rebekah pero también como «es»: su carácter duro, su capacidad de trabajo, su sentido de las relaciones públicas, el hecho de obrar en el subalterno una metamorfosis hasta autoconsiderarse importante, la perversidad sentimental para ganarse la confianza de la gente.

Cualidades valoradas por Murdoch hasta el apoyo extremo. Cuentan que en lugar de abroncarla, abroncaba a sus subalternos. A ella, en cambio, le hechiza el universo del poder, su aura dorada, la arbitrariedad en la que se funda. Manipuladora, amable y comprensiva, siempre por interés, según la leyenda que recorre Londres y el mundo. Su objetivo: mantenerse arriba, a cualquier precio, en torno al círculo del que ya forma parte. ¿Y el poder no otorga la inconsciencia de la inmunidad? ¿No parten de ahí sus terribles errores? ¿Cualquier abyección es válida -las escuchas periodísticas- para mantenerse en la cima y estar entre los «grandes»? En cuanto al poder se le tambalean sus más firmes sostenes, comienzan a abandonarlo subordinados y vecindades. Le sucede ahora a la todopoderosa Rebekah Brooks, que suscribe la última página de su ocaso entre lujos y calabozos. ¿Renacerá de sus cenizas con el aliento de Murdoch?