Sí, respiremos hondo, después, digamos despacito: «No llegará la sangre al río». Y sigamos viviendo en paz. Algunos pensarán: «Esta anciana se ha vuelto loca». Bueno, no creo que quede nadie cuerdo después de leer la prensa del día, oír nuestra emisora de radio favorita y ver el último telediario. Pero, tranquilos, en el momento que acaben las próximas elecciones andaluzas, todo, o casi todo, volverá a la normalidad, entre otras cosas porque el verano se prevé largo y pegajoso y los cuerpos no están dispuestos a llevarse tantos sofocones. Así que, el domingo, de nuevo, a las urnas. Votemos a quien nos dé la gana.

Cierto es que de una parte y de otra no dejamos de oír denuncias de «y tú has robado más», pero nosotros como, no tengan duda, somos muy listos, sonreiremos, saludaremos a los pobres que les ha tocado el marronazo de estar todo el día detrás de las urnas, cogeremos el voto en nuestra mano, y lo depositaremos en la cajita transparente, aún con emoción, destinado a quien nos apetezca, porque, aunque nos comportemos como si con nosotros no fuera, no hay duda de que lo hemos pensado muy bien. Casi nada.

Hace tres días, de madrugada, la lluvia llegó como de contrabando, con sigilo. Al momento, el agua cubría toda la avenida y subía a las aceras. Duró lo que la alegría en casa del pobre: un suspiro.

Pero, como todo requiere un comienzo y mucho optimismo, si las nubes se han sentido cómodas, pronto se instalarán entre nosotros. No perdamos la esperanza, a la lluvia le ocurrirá como a la paloma –esa que dejó a sus pichones a medio criar– volverá. Lo malo es que nos estropee la Semana Santa. Lagarto, lagarto.