Debido a la acreditada frivolidad de parte de la «clase política», el elector puede sentirse contagiado. Sería terrible, pues el cuerpo electoral ha venido siendo en España el mayor depósito de sentido común, y si también se vuelve frívolo la nave quedará sin velamen. El momento, además, no es como otros: más que nunca hará falta, en los gobiernos regionales, solidez, estabilidad y capacidad de formar grandes consensos. Sin dramatizar (al final nada es tan dramático como la vida misma), las elecciones de mañana en Asturias y en Andalucía no sólo importan para la suerte ante la crisis de dos regiones especialmente frágiles, y para medir la altura de la marea de la derecha, sino para apreciar en qué grado se está dando cuenta la gente de los peligros del temporal, y de la importancia, en medio de él, de un puente de mando sereno, determinado y capaz de infundir una moral de resistencia.