Lo hicieron muchos filósofos, desde la antigüedad griega hasta el romanticismo y aun más acá. Buscaron en él inspiración músicos, filósofos y escritores. Algunos artistas lo han convertido en materia de su arte. Y lo está redescubriendo un número cada vez mayor de personas entre los simples mortales.

Me refiero al arte del caminar. El francés Jean-Jacques Rousseau lo cultivó como placer solitario -comunión con la naturaleza- rompiendo con una tradición, la peripatética, que lo vinculaba a la conversación entre dos o más individuos. El filósofo norteamericano Henry David Thoreau le dedicó un bello libro titulado Walking (Caminar), en el que trata de la relación espiritual del hombre con el entorno natural y que, junto a la obra Nature de su compatriota Ralph Waldo Emerson, es uno de los ensayos pioneros del movimiento ecologista.

Los románticos alemanes, con el poeta Joseph von Eichendorff en cabeza, hablaron en muchos de sus versos del «placer del caminar». El filósofo Friedrich Nietzsche recurrió a esa práctica para hablar con su «sombra» y de ella extrajo sus pensamientos más profundos. Y entre los escritores, Hermann Hesse, el autor de Siddharta y El Lobo estepario, fue toda su vida un gran caminante, sobre todo por las rutas alpinas. Como lo fue también el enigmático escritor suizo Robert Walser, fallecido de un ataque al corazón durante uno de sus paseos por la nieve, escena similar a la que había contado premonitoriamente en uno de sus relatos tempranos.

En Alemania se fundó a finales del siglo XIX un movimiento juvenil, llamado Wandervogel, que proponía la vuelta a la naturaleza y que no fue, sin embargo, filonazi pues admitió a judíos en sus filas e incluso se prohibió en 1933. Y, herencia de una tradición que se remonta a los gremios de la Edad Media, todavía es posible ver por ciudades y pueblos de ese país a jóvenes que han terminado su aprendizaje como carpinteros o albañiles y que, con sombrero de ala ancha, chaqueta, chaleco y pantalón acampanado, realizan un período de dos o tres años de errabundeo, acogiéndose a la hospitalidad de la gente, antes de convertirse en maestros de su oficio.

En nuestros días, acaso el mayor de los caminantes entre los escritores sea el austriaco Peter Handke, un autor que se ha recorrido a pie y en solitario buena parte de nuestra geografía y que ha hecho de esas caminatas y de los paisajes recorridos materia literaria. Handke es como los antes citados un caminante solitario. Él mismo lo explica así en un libro de conversaciones con Peter Hamm (Vivan las ilusiones. Ed. Pre-textos): «Como mejor ando es solo. No soporto andar con otros» y «Andar es hoy la aventura real (…) Andar cuarenta kilómetros al día, andar siempre de un lugar a otro, o de un no lugar a otro no lugar». Por cierto que en ese libro, Handke se deshace en elogios del libro de otro andariego, El viaje a la Alcarria, del Nobel español Camilo José Cela.

Caminar, una actividad sospechosa en una sociedad sobre ruedas como EEUU, donde la policía puede pararse a interrogar a los peatones en las zonas no urbanas, lleva camino de convertirse en una nueva y salutífera moda. A ello anima por ejemplo el festival AV, que se celebra este mes en Newcastle (norte de Inglaterra) y que lleva como lema las siglas ASLP (As slow as posible: Tan lento como sea posible), título de una obra del compositor de vanguardia norteamericano John Cage. El festival anima a «slowalks» (caminatas lentas) y ha organizado algunas para grupos a cuya cabeza estarán artistas de ese país que llevan ya tiempo practicándolas como «performances».

El más conocido acaso sea Hamish Fulton, un artista con cuarenta años de caminatas en grupo o en solitario a sus espaldas, actividad que considera un acto político en un mundo dominado por el automóvil. Entre otras cosas, ese artista «conceptual» ha hecho collages con las etiquetas de marcas del agua que quita de las botellas de plástico que lleva consigo.

Fulton documenta esos paseos mediante fotografías, pero a diferencia de su compatriota Richard Long, famoso practicante del llamado land art, se limita a observar el paisaje sin intervenir en él para dejar huellas de su paso.

Parte de esa recuperación del caminar es la próxima conferencia «Walk 21», que se celebrará en la capital mexicana del 30 de septiembre al 3 de octubre y cuyo objetivo declarado es promover en las comunidades de todo el mundo una actividad fácil de practicar, con tal de que uno se lo proponga, y que tiene la ventaja, en los tiempos que corren de cardiopatías y combustible por las nubes, de sumar lo saludable a lo económico. Como escribió, aunque fuera con un sentido distinto, Antonio Machado: «Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar».