En alguna parte de nuestra memoria generacional guardamos una imagen de la contraportada de Las aventuras de Lucky Luke, en la que el vaquero solitario, haciendo gala de su fama, le ha disparado a su sombra antes de que esta haya conseguido desenfundar. Con la memoria pasa algo parecido, nos olvidamos de las cosas incluso antes de que hayan desaparecido de nuestra vista y de nuestra vida. El mundo es más lento que el olvido. De tal modo que cuando cambian las cosas ya nos hemos olvidado cómo eran antes.

Que las cosas se olviden tan pronto son un injusto premio a la incoherencia. El único consuelo que nos queda es que la incoherencia está bastante bien repartida. Así que todos, en alguna medida, nos beneficiamos del olvido. Lo que ocurre es que no todas las incoherencias son igual de graves, y no todos los olvidos igual de injustos. Por eso, porque hay incoherencias muy graves y olvidos muy injustos, conviene dar tiempo al tiempo.

Tampoco se trata de esperar toda una vida. Han pasado apenas ocho años desde que Montoro y De Guindos estuvieran a los mandos de la economía española y han vuelto como si fueran nuevos. Nadie recuerda ahora sus entusiastas opiniones sobre lo que hace una década se llamaba el «boom del mercado de la vivienda» y ahora se conoce como la «burbuja inmobiliaria». Ya no recordamos las explicaciones de Montoro sobre el «círculo virtuoso» de la construcción de viviendas: hacemos muchas casas, para lo cual vienen a trabajar cada vez más albañiles de todo el mundo, que a su vez necesitan casas para sus familias, para cuya construcción vendrán más albañiles, que necesitarán nuevas casas, hasta llenar España con las casas de todos los albañiles del mundo o hasta que estallara la burbuja, a ser posible a otro gobierno. Afortunadamente para Montoro, a la mayor parte de la gente ya se le han olvidado aquellas explicaciones tan interesantes y ahora vuelven a estar vírgenes para escuchar nuevas historias de círculos virtuosos y políticos viciosos.

De vez en cuando, sin embargo, hay cambios más rápidos que el olvido. Por ejemplo, todos nos acordábamos del reconcomio de la derecha porque los sindicatos le convocaran una huelga general al gobierno socialista. ¡Qué impaciencia! Los columnistas de los abundantes medios de comunicación de la derecha no hacían otra cosa que contar los días, los parados, los agravios del gobierno, esperando que los sindicatos le hicieran una huelga al gobierno socialista. Los representantes políticos del PP no hacían otra cosa que acusar a los sindicatos de usar un doble rasero para los gobiernos de la izquierda y la derecha. A la salida de misa dominical, las piadosas damas, comentaban con un cierto tono de dolorosa ironía, «pues no, parece que a los señores sindicalistas los datos del paro de la EPA del último trimestre no les resultan suficientes»; en las tertulias de la sobremesa, en las familias de orden se decía «por menos de esto ya nos habrían convocado una huelga general». Tanta fue la presión que los sindicalistas tuvieron que aclarar que no hacían huelga porque eran conscientes de que el gobierno de Zapatero estaba tratando de ayudar a los trabajadores. Al final, después de una reforma de mucho menor calado que la actual, los sindicatos convocaron una huelga general.

Esta vez la derecha ha sido más rápida que el olvido. Y ahora, después de hacer una reforma que quita derechos a los asalariados y rompe un equilibrio de treinta años entre los empresarios y los trabajadores de nuestro país, dice que no hay razón para una huelga general. Les reprochan a los sindicatos que se la hacen demasiado pronto. Quizá deberían preguntarse si no serán ellos los que han hecho demasiado pronto la reforma laboral, y demasiado agresiva, por cierto.