En pasadas fechas, el Gobierno de la nación anunció públicamente un recorte de la inversión pública del 40 por ciento en los futuros Presupuestos Generales de 2012, sumándose al 38 por ciento de reducción en el año precedente. El turismo no escapa de la tijera, rebajándose su dotación en más de un 25 por ciento, afectando obviamente a las necesarias acciones de modernización y promoción de nuestra principal industria.

Es cierto que padecemos una colección de malos indicadores: economía en recesión, una desviación del déficit de 25.000 millones, problemas de liquidez de las distintas administraciones y una reputación ciertamente dañada. Para salir del atolladero se exige actuar en dos frentes: en primer lugar, la consolidación fiscal que resulta imprescindible para reducir el déficit público y acotar la deuda. En segundo lugar, simultáneamente, se requiere impulsar la productividad y, por tanto, el crecimiento potencial de la economía.

En este sentido, además de emprender las reformas estructurales que precisamos, debe tenerse en cuenta que la inversión en infraestructuras desempeña un papel clave y doble en la estabilización de la economía, en el corto plazo, y como factor determinante de la productividad en el medio plazo. Por ello, es imprescindible no perder el esfuerzo público en inversiones productivas y mejoras de infraestructuras. Éstas, en ningún modo, suponen un gasto, sino una apuesta de futuro para toda la sociedad.

Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, austeridad, significa «cualidad del austero» o también, «mortificación de los sentidos y de las pasiones». Prefiriendo obviamente la primera acepción, el austero es literalmente «alguien severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral, o en su caso, sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alardes». El término, efectivamente, no suscita entusiasmo. Y menos aún, cuando corren tiempos en los que la austeridad se ha ensalzado políticamente hasta límites insospechados.

Hoy día estamos saturados de leer y escuchar en todos los ámbitos mediáticos y sociales las virtudes del término, obviamente mal entendido. El adecuado rigor y control presupuestario de las distintas administraciones públicas está generando ciertas confusiones sobre la austeridad, como posible virtud. Sin embargo, se trata de no equivocar gasto improductivo con inversión generadora de actividad económica y empleo.

Por el contrario, resultaría preciso impulsar un plan de inversión pública, que en el actual contexto presupuestario, debe apoyarse en la financiación privada. En base a un reciente Informe de la Comisión de Infraestructuras de la CEOE, se tendría que acometer un ambicioso plan de inversiones por valor de 80.000 millones de euros durante el periodo 2012-2016, que permitiría crear cerca de 480.000 puestos de trabajo y generar 1,3 puntos de crecimiento del producto Interior Bruto (PIB), al final del periodo referido. Del montante total estimado, 50.000 millones irían destinados a desarrollar los cinco corredores ferroviarios transfronterizos contemplados hoy por el Ministerio de Fomento, 16.000 millones a impulsar la mejora y distribución de las redes de saneamiento y distribución de agua, 10.000 millones a servicios sociales y otros 4.600 millones a equipamiento del sector socio sanitario.

Más del 50 por ciento del esfuerzo inversor correría a cargo de la iniciativa privada, de forma que este impulso a las infraestructuras y los servicios públicos contribuiría al referido proceso de consolidación fiscal propugnado desde el Gobierno. Sin olvidar que las inversiones de esta naturaleza generan un retorno directo a las arcas de las administraciones del 60 por ciento de lo invertido, a través de tasas e impuestos.

Hay algunos caminos acertados para salir de la encrucijada. Por ejemplo, compaginar responsabilidad y reducción de gastos innecesarios con activar e impulsar la economía de manera precisa e inteligente. Con un adecuado equilibrio. Las restricciones absolutas llevadas al extremo, sólo generan más pobreza. Hasta en China están dejando sus millones de ciudadanos el mono azul y la bicicleta, símbolo de la aparente y proverbial sencillez oriental.

Por todo ello, la austeridad bien entendida, debe ser el medio, nunca el fin.