Las elecciones andaluzas dejaron sus resultados sobre la mesa y cada uno cogió lo que pudo. El PP ganó pero el PSOE lo celebró con tarta, champán y risas. En juego estaba el gobierno de la Junta y el escrutinio final no da juego para que ningún partido pueda formar el ejecutivo en solitario. Los análisis ya se han sustanciado, los porcentajes y la adjudicación de escaños dan mucho de sí, también lo hacen los parciales resultados de cada provincia y de cada partido, así como la comparación con los otros y las diferencias con ellos mismos respecto de otras fechas y comicios.

Nuestra democracia no da demasiados ejemplos de pacto entre los dos grandes partidos y, sin embargo, muchos así lo desean, sobre todo a la vista del programa de IU que, de llegarse al entente que los observadores pronostican, será aplicado al menos parcialmente. Es paradójico que, ante el mejor resultado del PP de la historia, las políticas a ejercer desde el gobierno puedan llegar a ser las más radicales también de la historia. Y en momentos como los actuales de contracción, recorte y disminución del déficit, las expansividades que se anuncian pueden ser un extraño ejercicio de colisión contra el muro tozudo que empieza a ser la realidad. «Mayorías de progreso» se ciernen sobre el inmediato futuro creando incertidumbre entre los que esperan con ansiedad que nuestro país se sujete a la austeridad disminuyendo el gasto y alejando los amenazantes nubarrones de insolvencia.

Hecha la oferta de gobernabilidad por parte de Javier Arenas al partido socialista, tal y como corresponde hacer al partido que las urnas han convertido en primera fuerza política, cabe aguardar, no solo la respuesta, sino también como se desenvuelven los acontecimientos. No va a ser fácil que los socialistas se sientan a gusto con sus nuevos y pretendidos socios. Laborioso puede resultar alcanzar un acuerdo, aunque está claro que el ingrediente más importante –el vehemente deseo de lograrlo– es abundante e intenso. Se hablará en los próximos días de la posibilidad de coalición de gobierno o acuerdo parlamentario. Pero no hay duda, se sabe que IU quiere regir más de una consejería, o más de dos. Se habla de vivienda, turismo, trabajo o asuntos sociales. En cualquier caso, serán consejerías como compartimentos-estanco y es presumible la existencia de dos consejos de gobierno, uno del PSOE y otro de IU. Todo ello si el acuerdo llega, claro. Y, si llega, otra cosa serán sus conflictos y duración.

La política andaluza tiene sus características y sus reglas. O sea, el modelo extremeño no es reproducible. IU de Andalucía nunca se abstendría favoreciendo la instauración de un gobierno del PP. Además, IU y PSOE pueden votar juntos, pueden pactar y hasta se pueden coaligar, pero no se gustan y nunca se van a mimetizar. Nunca se van a confundir. La cohabitación, su convivencia, no será fácil y tampoco podrá ser indefinida. Conociendo sus características y sus componentes, cabe aventurar que habrá roces, discrepancias mal disimuladas y fecha de caducidad inferior al plazo máximo legal de una legislatura. Asuntos habrá que separen el alma de ambas formaciones, pero algo les distancia ya. Una complicación que forma parte del paquete previo: los famosos ERE corruptos y todas sus ramificaciones de extrañas y oscuras subvenciones a empresas que o no lo eran o dejaron de serlo de forma veloz, así como todos los interrogantes escandalosos de cárcel para algunos responsables, etc.

No será fácil el acuerdo y no será pacífico ni benéfico el que resulte gobierno. La legislatura puede ser corta y las elecciones volverán en no demasiado tiempo. Es más que probable que la situación financiera de la Comunidad andaluza, maltrecha ahora, aún esté más tocada cuando esta aventura, que ahora comienza, llegue a su presumible vertiginoso fin. PSOE e IU, algo hay que les une, su «progresista» vocación de gobernar y sus ansias opositoras al gobierno nacional del PP. Es el horizonte, las cosas y los tiempos de palmas y olivos.