Escribir se parece a caminar en el sentido de que has de poner una palabra detrás de otra (un pie detrás de otro) para llegar a algún sitio. Si al escribir construyes un relato, al caminar escribes un cuento. Todo paseo es un cuento, a veces el mismo, a veces diferente. En ocasiones, el que parece distinto es igual al anterior. Fíjate en ese hombre que acaba de entrar en el parque a la hora de todos los días, dispuesto a hacer un recorrido idéntico al de ayer y al de anteayer y al del lunes pasado. Se diría que repite una y otra vez la misma historia. Pero no es así. En realidad, la perfecciona al modo en que el autor, tras haber escrito una novela, la recorre varias veces de arriba abajo en busca de imperfecciones que corrige o elimina. Así, cuando el paseante recorre de manera obsesiva las mismas rutas, lo hace, por lo general, para retocarlas, que es un modo de avanzar.

Incluso caminando sobre la cinta mecánica se puede escribir un relato distinto de ese viaje inmóvil cada día. En cambio, la mayoría de la gente que hace el Camino de Santiago, lejos de escribir una ficción interesante, se limita a reproducir un tópico. Una caminata sobre la bicicleta estática puede resultar más esotérica que un viaje a pie por la ruta de Roncesvalles. Todo depende de la actitud del caminante o del ciclista. El ciclista inmóvil, sin salir del cuarto de baño de su casa, se expone a accidentes que no se dan en la carretera más transitada. Colocar una palabra detrás de otra para alcanzar los límites del folio es muy arriesgado. Parece que no está uno haciendo nada, ahí sentado frente a la pantalla del ordenador, pero a lo mejor se está jugando la vida. Fíjate, son las tres de la madrugada y ese novelista, uno cualquiera, se ha levantado de la cama y se ha puesto a escribir a ciegas, como el que sale a pasear en medio de la niebla. Quizá no llegue a ningún sitio, pero en ese no llegar hay un dramatismo enorme, una épica semejante a la del que suda sobre la cinta mecánica, que tampoco lleva a ningún sitio.

El cuerpo humano realiza, desde el nacimiento hasta la muerte, un viaje inmóvil. Se muere dentro del mismo cuerpo en el que se nace. Sin salir de él, construimos un relato enormemente raro, cuando no una novela atroz. Siempre colocando un pie detrás del otro, una palabra a continuación de la anterior.