Abril es el mes más cruel», versa T. S. Eliot en su poema La tierra baldía, y nuestro Aprilis particular ha comenzado con la resaca de una huelga general acibarada; los ajustes económicos más penitentes del trayecto democrático; las subidas de la electricidad, gas y butano y una inestabilidad climática que acompaña nuestro sentir y que representa las emociones de una tierra muy gráficamente: estado borrascoso.

Miles de malagueños se aferran, como cada año, a su Semana de Pasión –con más padecimientos que en periodos anteriores– como bálsamo reparador ante tanto desánimo e incertidumbre. La ciudadanía está perdida ante tanta confusión circundante. La angustia de sentirse extraviado en un mar tumultuoso donde la marea sube y baja y la calma azulada nunca llega.

Estas noches, donde la luz nazarena ilumina el centro de la ciudad perfumada, nos evocan momentos dichosos de ilusión y fe de antaño. Málaga se viste con capirote y creyentes, ateos o agnósticos se citan para vislumbrar el deseo de recuperar la calzada extraviada en esta vía dolorosa que nos enmarca la pesadumbre que vivimos. Fe, arte y tradición intervienen para que la urbe bulla con el anual reencuentro de su identidad histórica, con la promesa de retomar el camino azorado del entusiasmo, a esa senda que nos conduzca al sosiego.

En estos días grisáceos, el ánimo del acercamiento tiene que diseñar un mapa-ruta para virar a encontrarnos con lo que fuimos; para hallar el recorrido de vuelta a la sensatez, y la cohesión; para retornar a nuestros proyectos y nunca más pensar en que no se vuelve a estar porque se ha olvidado el camino de regreso. Que esta Semana se constituya en faro –Farola– para esta ciudad que tanto anhela ser ella misma con su historia y su proyección futura. Así sea.