A España le caben en estos momentos, y dadas las circunstancias, una y un ciento de protestas, seguramente todas ellas justificadas desde la legitimidad civil. Se recortan los derechos de los trabajadores, como nunca hasta ahora había sucedido, y pese a una ley que tiene como fin aparente el empleo, el paro sigue creciendo. Pagan de nuevo el pato los contribuyentes que viven de una nómina, mientras que los defraudadores se van de rositas y Montoro anuncia una amnistía fiscal para los más pudientes que se han dedicado a burlar durante décadas al fisco.

Al país lo han descapitalizado los de toda la vida y la factura, sin embargo, la estamos pagando los de siempre. La mayor parte de la deuda privada que arrastramos es de los bancos y, paradójicamente, corre de cuenta de todos los vecinos. El recorte autonómico se apoya en más impuestos para lograr un equilibrio, ya lo han advertido los reyezuelos de las taifas, no en una reducción eficaz de las administraciones públicas que todavía está por ver. Los políticos no están dispuestos a renunciar a sus sueldos y prebendas, ni siquiera al clientelismo de los cargos que es donde se sustenta realmente la dinámica partitocrática ¿Quieren más?

Efectivamente, hay más de una y cien razones para la protesta ciudadana, pero ninguna para que el que no decida ejercerla, en el transcurso de una movilización o una huelga, vea vulnerados sus derechos por la coacción de los mal llamados piquetes informativos. Los pequeños propietarios de un negocio que, en nombre de su libertad, deciden abrirlo no deberían sentirse amenazados, insultados o golpeados como si estuviesen viviendo una nueva noche de los cristales rotos.

¿En nombre de qué causa obrera actúa el sujeto que revienta un comercio frente a la impotencia de su modesto dueño que, en una difícil situación, lucha día a día para salir adelante? ¿Realmente los pequeños industriales son los enemigos capitalistas a batir por el violento ropaje ideológico de los actores de un piquete dispuestos a no valorar otra cosa que las cifras de una jornada de huelga? ¿Qué validez tienen esas cifras sin libertad para trabajar o parar? No hay más que farfolla fascistoide propia de pandilleros en todo este abuso sindical callejero de los piquetes por mucho que se quiera disfrazar de otra cosa.

La resaca dejada por el 25-M da cuenta de los excesos sobre quienes ejercieron la libertad de guiarse por criterios propios, haciendo uso del derecho a trabajar en un día huelga. Un derecho tan constitucional como el de secundarlo, pero mucho menos respetado.