Ese hombre sobre los hombros, camina sobre los hombres en Málaga. Pero sólo es una imagen. La del Cautivo que cautiva a mi madre sentada en su casa frente al televisor. La mujer cautiva de esa mirada de madera que arde en su propia mirada con la otra madera de sus recuerdos como si estuviera viva. Imágenes, miradas, almas. «Me he emocionado, aunque yo sé que todos son el mismo», me dice por teléfono. Se convierte en una más de las miles de promesas que entienden o no de fe o de razón pero que van detrás de aquél al que llaman en la radio «el Señor de Málaga». Son cosas y frases de estos días que ocurren como en una película en el plató de las calles de mi ciudad. La fe mueve montañas, y el Cautivo hace brotar ríos de gente en Málaga. Ríos en los que se sumergen los objetivos de las cámaras, ríos que se derraman en directo en las pantallas y luego en los periódicos de mañana, que ya es ayer y volverá a ser mañana el Lunes Santo siguiente, la Semana Santa del año que viene.

He derramado palabras como ésas pidiéndole al dios de mis dudas en Dios que fueran las correctas y no florituras gastadas e insoportables. Pidiéndole que no se me secara el magín que las inspiraba, que no me dejara sin ellas para que pudiera derramarlas en los oídos de mis paisanos a través de la radio y la televisión durante años. He mirado el cielo de esta ciudad, aún a sabiendas de que era el mismo cielo en kilómetros a la redonda, como si fuera el único cielo que existiera o importara en el planeta, ajeno a las necesidades de los agricultores o ajeno a las necesidades de la mismísima Naturaleza. Sólo me importaba que no lloviese para que pudiera salir la próxima cofradía a cuyo tinglado –o después a su casa de hermandad a medida que se iban inaugurando– me dirigía con la mochila de la batería del micrófono inalámbrico coronada por una antena flexible que también miraba al cielo para conectar con el repetidor o la unidad móvil que esperaba su señal. He mirado ese cielo desde debajo de los tronos donde nunca había estado antes. Lo he mirado en las bocas de los capataces que lo son todo durante unas horas navegando las calles y que vuelven a ser nada cuando el trono se encierra. Lo he mirado rebotar en las campanas, en las barras de los palios, en los estandartes, en la corteza brillante de un limón que se amontonaba en uno de esos carros antes de ser pelado, y en mis propias lágrimas descubiertas frente a un escaparate inesperado por donde se derramaba la imagen de un niño yo agarrado a la mano de su padre para encaramarse a un árbol de la Alameda y ver pasar a los legionarios, y de esa mano agarrado ir a ver salir la Esperanza el Jueves Santo –Ay, papá, con qué Dios nos vamos cuando nos vamos ahora que ya no estás–.

Escribo de memoria Pasión, Rescate, Crucifixión, Lágrimas, Dolores, Rocío, Penas, Salud, Prendimiento, Humildad, Cautivo, Estrella, Sentencia, Sangre, Soledad, Amparo, Amor, Caridad, Muerte, Misericordia, Redención, Calvario, Amargura, Piedad,… De memoria digo Esperanza, Primavera y Málaga.