El discurso del recorte es tan pérfido como estéril: las administraciones tienen que ser austeras y no gastar mucho más de lo que ingresan, pero a la hora de ahorrar hay partidas en las que se puede meter mucho más la tijera. El otro día escuché en un debate radiofónico cómo un tertuliano se sorprendía de que sólo se recortara un 8% en defensa y, sin embargo, en otras áreas la amputación era mucho mayor. Parece que los tiros irán ahora por sanidad y educación, lo cual, dicho sea de paso, no me parece mal si se eliminan gastos innecesarios. Eso sí, no toquen los servicios básicos.

Hace poco leí a un articulista preguntarse por qué teníamos que financiar un Senado existiendo ya un Congreso –¿es que no hay democracias unicamerales que funcionen, oiga?–; o por qué debemos seguir soportando a las diputaciones en un Estado en el que las autonomías han crecido convirtiéndose en un problema más que en parte de la solución. Donde no se puede recortar, porque llueve sobre mojado, es en justicia.

La Administración de Justicia siempre ha sido el patito feo de los presupuestos generales del Estado, cuando un servicio público eficaz y rápido es la mejor garantía no sólo para el ciudadano, sino también para la economía. ¿Cómo es posible que el Juzgado de lo Mercantil número 1 de Málaga tarde años en resolver un proceso concursal porque a las administraciones públicas no les da la gana reforzarlo aún más? ¿Saben cuántos empleos se pierden porque el magistrado no puede resolver todo lo rápido que quisiera? ¿Y las reclamaciones de cantidad que atascan los juzgados civiles? En fin, el rosario de deficiencias materiales en la justicia es tan alto que plantear recortes en esta administración es como ponerse de puntillas sobre el borde de un acantilado.

Hemos perdido la fe en el sistema, y la crisis económica se ha convertido en una crisis de confianza en nuestra democracia. Eso es peligroso, porque ya hay articulistas que hablan de la necesidad de un cirujano de hierro; otra vez, otro cirujano de hierro... parece que no aprendemos. Por eso es tan importante que sepamos recortar con criterio, sin volvernos locos y sin que Alemania se convierta ahora en nuestro norte político. Pero sin pausa.

Saber recortar, por tanto, es una cualidad de buen gobernante, y meter la tijera en Justicia sólo supondrá más atraso y menos desarrollo económico. Es necesario que el PP y el PSOE comprendan que la Justicia necesita de un pacto de Estado que incida en su redefinición como motor de desarrollo. Si no, estamos perdidos. Ni la Merkel nos salva.