Voy a escribirle desde aquí una carta abierta al discreto, prudente, comedido, callado (los antónimos de lenguaraz que he encontrado) secretario de Estado de Administraciones Públicas y ex consejero de Hacienda de Esperanza Aguirre, esa señora que pretende disolver nuestro Estado de las Autonomías para viajar en el tiempo cuarenta años atrás. Ambos, no ellos solos sino en compañía de otros, están empeñados en recuperar su España, no la de todos, para lo que se prodigan sin cortarse un pelo en artimañas políticas. Ahí va la misiva.

Mi esclarecido y orondo señor Beteta, don Antonio:

Acaba usted de meter la gamba con una frase peyorativa con la que pretende desprestigiar, aunque creo que no lo consigue, a millones de currantes españoles. Sin encomendarse a dios alguno o ni a cualquier diablo, ha largado usted por esa boquita lo siguiente: «Los funcionarios tienen que olvidarse del cafelito y de leer los periódicos». Y a continuación ha rubricado: «Nada será como antes». Un estilo muy depurado, ese de motivar al pueblo, de darle nuevas ilusiones, de quitarle los miedos. Miedos que ustedes mismos fabrican o que reciben ya fabricados de sus mandamases financieros.

(Entre paréntesis le diré que los periódicos están, con sus dos crisis, como para que usted recomiende que no los lean. En cuanto a cafeterías y bares también le van a estar sumamente agradecidos por su indicación, espero que no orden tajante, para que bajen sus ventas de cafelitos.)

Un funcionario, señor Beteta, no es ya el chupatintas con visera y manguitos, chepa incipiente, gafas caídas y cara avinagrada que se parapetaba tras la ventanilla para repetir a todo el mundo el odioso estribillo de «vuelva usted mañana». De Larra acá algún cambio se ha producido en la estructura social de España, pero sobre todo nuestro país se ha modernizado y se ha situado en el plano europeo e internacional con la Constitución que pretenden ustedes voltear. Quizá esa imagen negativa perduró hasta los primeros años transicionales cuando el genial Forges hacía una de sus mejores viñetas en Informaciones, presentando a un oficinista rancio, transportando un tocho de expedientes y cantando por el pasillo: «Yooo soy rebelde porque el mundo me hizo así…» Veo que usted, ilustre señor Beteta, es un antiguo.

Hoy día, señor secretario de Estado, un funcionario es una cirujana o un cirujano que pasa cada día horas y horas en los quirófanos para salvar vidas; un funcionario es un enfermero o una enfermera abnegados que se vuelcan con los pacientes. Funcionarios son también los bomberos valientes que se arriesgan hasta el límite por salvar propiedades ajenas o por apagar fuegos asesinos. Funcionarios son, dilecto señor Beteta, esos esforzados trabajadores de la noche que se llevan nuestras inmundicias o esos conductores sin horarios que transportan enfermos o esos profesionales preparados que desfacen entuertos y sacan adelante los dislates de los gobiernos. ¿Quiere usted quitarles el cafelito y que no lean el periódico? ¿Para qué?, ¿para convertir en odioso un trabajo que, en la mayoría de los caso, hacen con absoluta entrega y devoción? No me extraña que, pese a que le han obligado a disculparse, pidan su dimisión, algo tan caro de conseguir por cierto en esta España nuestra.

En las redacciones en que he trabajado, el reposo de un cafelito en medio de la jornada ha servido para alumbrar ideas brillantes, algo que, en la vorágine de los cierres, era imposible lograr. Me consta que en otras profesiones y oficios también ocurre igual. De hecho, las empresas más modernas cultivan el ocio dentro del trabajo porque lo consideran el mejor estímulo. Lo que me parece a mi, afamado señor Beteta, es que ustedes desconocen la idiosincrasia del pueblo que están gobernando. Y que no tienen ni pajolera idea de su carácter. ¿Usted sabe que, conociendo de su bravura y valentía, Napoleón dijo que «con soldados españoles y generales franceses conquistaría el mundo»? Algo de verdad habría en ese elogio cuando lo cierto es que las tropas del Sire saldrían posteriormente de España con el rabo entre las piernas. Está refrendada históricamente la valía de nuestro pueblo, no así la de sus dirigentes. Y termino, admirable señor Beteta. Con su insultante palabrería, tan común entre los suyos, nos obliga usted, como un gerifalte más del régimen vigente, a aplicarles el verso 20 del Cantar del Mio Cid, ese que dice: «¡Dios, qué buen vassalo si oviesse buen señor!».