El futuro está en las calculadoras. Pero no en potentes ordenadores de esos que calculan cifras mastodónticas en milésimas de segundo. La idea es más bien recuperar aquellos pequeños aparatos que formaban parte del mobiliario común de cualquier comercio, o los que acompañaban a los estudiantes en su escritorio durante los primeros años escolares antes de dar paso a las calculadoras científicas. Ya sé que ahora basta el móvil para hacer cualquier operación, ya sea iPhone o patata prehistórica. Pero tal y como vienen las cosas me temo que la necesidad de hacer cuentas va a ser tanta que necesitaríamos un móvil para hablar y otro sólo para calcular. Así que por qué no volver a la calculadora de sobremesa en plan revival. Sólo es cuestión de rebuscar en los cajones donde las Casio viven escondidas a la espera de una nueva oportunidad o de un reciclaje que las convierta en alta tecnología. Buceando en internet incluso podemos encontrar desde raros ejemplares rusos dignos de haber calculado el lanzamiento de algún misil clandestino, hasta super monas calculadoras solares en rosa fucsia. Todas valen para calcular lo que se nos viene encima.

Empieza el día. El desayuno, fuerte y en casa, sobre todo los funcionarios, que ya no podrán tomarse el cafelito ni leer el periódico, Beteta dixit. De camino al colegio de los niños, calculadora en mano para ver cuánto cuesta que los churumbeles se eduquen. Los 7.000 millones que se recortarán en educación aún no se han definido, pero podríamos imaginar una solución que pase por alquilar al profesorado siguiendo el modelo griego con los policías. Las horas lectivas obligatorias, vale, pero las de refuerzo que sean en régimen de alquiler y así sacamos un buen pellizco para las flacas arcas públicas. Tras el cole, toca echar gasolina al coche, y volver a sacar la Casio del bolsillo. Esta vez para calcular dónde nos cuesta unos eurillos menos el oro líquido, aunque para encontrarlo tengamos que cruzar las fronteras de Málaga hasta Zaragoza. El viaje no compensa. Vuelta a empezar los cálculos aunque lo único claro sea que llenar el depósito nos sale ahora diez euros más caro que hace sólo un año. Las siguientes operaciones numéricas van en cadena y dependen de un parámetro clave: la condición de trabajador en activo, parado con derecho a prestación o sin ella. Aunque si se pertenece a este último grupo habría que obviar, por inasumible, el capítulo de coche y gasolina. Si aún pertenecemos al privilegiado grupo de trabajadores, es básico recalcular los gastos habituales hasta hace poco y que ahora no cuadran con el IPC congelado, el recorte de sueldo y las pagas extra pendientes de un hilo. Por descontado, los cuentas domésticas son aún más complicadas si se está en paro.

Tras hacer la compra, pagar la luz, el agua, el gas y demás facturas en ascenso, más nos vale no tener ningún conflicto que pueda terminar en los tribunales, bajo la amenaza también del copago. Aunque, según defiende el presidente del TSJA, Lorenzo del Río, el objetivo sería sólo evitar el exceso de demandas «artificiales e innecesarias» y la Justicia seguiría siendo mayoritariamente gratuita.

Por último, lo que no está tan claro es si también habrá que hacer cuentas con la sanidad, puesto que el recorte millonario anunciado tampoco se ha detallado todavía. Es lo último que nos queda. Tener que preguntarnos también cuánto cuesta el pediatra, el cardiólogo o el traumatólogo y tener que elegir entre los mocos del niño, el corazón de la abuela o ese maldito dolor de espalda.