Este largo viaje por las cosas y la vida, tras el estallido de esta crisis que nos atenaza, está lleno de sorpresas y aún cuesta divisar el soleado horizonte que ansiamos. Las medidas que se han puesto en marcha han frenado el déficit de nuestras cuentas públicas y pueden convertirlo en historia, pero otra cosa son los comportamientos exteriores con el tráfico de nuestra deuda que fijan la cacareada prima de riesgo. Ello y el resultado de la Bolsa cada jornada, más las intenciones profesionales o no de los que tienen la posición estratégica necesaria para actuar.

Es todo muy complejo y nada es casualidad. Hemos hecho los méritos suficientes para tener los actuales inconvenientes y nos hemos reiterado en ello durante demasiado tiempo. Ahora que modificamos de forma radical los modos y el sentido de las decisiones es desesperante comprobar que aún van a tardar mucho en volver a confiar. Son cosas de la distancia, quizá el reflejo que en la Unión Europea se atisba de lo nuestro son imágenes ya superadas vistas desde aquí que, sin embargo, se empeñan en persistir. Hay pues muchas razones para estar esperanzados en abandonar la situación actual y es preciso que lo hagamos.

Mientras, hay que ocuparse de que los daños de cada día no sean irreparables o, como menos, que causen los mínimos inconvenientes posibles. Mientras, hay que intentar compartir actitudes. No son buenos síntomas disentir en la Ley de Estabilidad ni en la Reforma laboral. Tampoco son muy óptimos los mensajes que sitúan al próximo gobierno andaluz en la órbita de un gasto público pretendido que estará por ignorar dónde estamos y qué tenemos que hacer. Nunca como en esta ocasión ha sido más necesario aquello de que la mujer del César no solo tiene que serlo, sino parecerlo. Las medidas que estos días se toman no tienen un solo destinatario. No solo se dirigen a ciudadanos e instituciones dentro de nuestras paredes, sino que también llevan implícita la exposición de un camino a seguir que nuestros socios europeos tienen que encontrar óptimo para otorgarnos su confianza y respaldo.

La Reforma Laboral, su letra y espíritu, transita sin grandes variaciones por los caminos que ya lo hizo la correspondiente que impulsó y diseñó el gobierno de Zapatero. Su objetivo no era solo mejorar la normativa preexistente y seguir su estela, sino remitir un nuevo mensaje a Bruselas y otros enclaves para mejorar las decisiones y tendencias que en ellos se producen y que tanto nos interesan. Por ello, quizá la reacción del PSOE, jaleando la huelga general, no ha ayudado demasiado a generar calma y tranquilidad en nuestros socios, tampoco esta vez.

Y respecto de la Ley de Estabilidad Presupuestaria, cuyo nudo fue objeto de pacto entre los dos grandes partidos dio como fruto una reforma constitucional impulsada por el gobierno socialista, una vez en el Congreso no ha gozado del apoyo socialista. El problema ha sido la no aceptación de los de Rubalcaba en fijar el déficit en cero, pretendieron un 0,4 que ni se entendía aquí ni podían creerse, si quiera, fuera de nuestras fronteras. Jugar ahora a desgastar o a ganar elecciones, que quedan lejos, es un poco más que absurdo.

Salir de ésta debe ser el objetivo de todos y, sin ningún tipo de docilidad ni seguidismo que nadie les pide. Del PSOE se espera algo más. Fuera y dentro. Apelar al consenso es una práctica muy vieja y de ella se abusa con alguna frecuencia. También con alguna frecuencia se ofrece sin la más mínima voluntad real para ello. Acordar de vez en cuando, pactar lo necesario, consensuar lo imprescindible es una pieza más del engranaje de lo democrático. Una pieza sin la que muchas veces la máquina no anda. Nos miran, y lo hacen cada día. Podemos mostrar que es nuestra voluntad que esto funcione. No es mucho pedir.