El balance informativo de la semana obliga a plantear si hay algún miembro de la Familia Real que pasee por el mundo sin portar un arma de fuego, que dispara a la mínima oportunidad. Los lectores avezados presuponían que las portadas les ofrecerían este domingo otra ración de Urdangarin, espolvoreada quizás con alguna anécdota sobre Don Froilán. Sin embargo, el Rey ha eclipsado a su yerno con una triple fractura de cadera, que también ha pasado a segundo plano al concretarse el patrón cinegético del accidente. La Zarzuela achacó falta de ejemplaridad al esposo de Cristina de Borbón, y cuesta señalar qué ejemplo pretendía ofrecer el Jefe de Estado tiroteando a elefantes domesticados en la sabana africana, al tiempo que España se despeñaba por el barranco de la crisis. El Rey sangra en una intervención quirúrgica mientras el país se desangra en una intervención económica.

Ahora mismo, la mayoría de españoles preferirían hallarse de safari en Botswana, por lo que el Rey se limitaba a ejercer su papel simbólico. La Familia Real se está empleando a fondo para disipar el bulo de que la jefatura del Estado de un país avanzado no genera noticias. Ahora bien, si ayer se hubiera descubierto que el ministro de Iniciativas Tecnológicas estaba matando elefantes en Africa, su destino inmediato sería la dimisión. La Zarzuela intenta desactivar el misil en sintonía con su política de opacidad, por lo que comunica que Juan Carlos de Borbón no corría perseguido por un paquidermo, en el momento de la desgraciada caída. En la versión de la Casa, el heroico accidente y la repatriación en avión privado son equiparables a las heridas sufridas por un soldado español en Afganistán.

El Rey ha desprestigiado a los cazadores, por si no fuera suficiente la lesión que su nieto primogénito infligió al sector. Además, el accidente era innecesario. Con el último rifle incorporado al arsenal regio gracias a un obsequio de los magnates árabes, Don Juan Carlos puede matar a un elefante en Botsuana sin salir de La Zarzuela. El monarca se adiestró en el uso del arma en un campo de tiro mallorquín. La Reina se hallaba en Grecia en el momento de la fractura, una ubicación que permite medir la distancia real del matrimonio. Doña Sofía regresará a España para interesarse por la suerte de su esposo mañana, con sólo dos días de retraso sobre la conmoción que la fractura ha desatado entre los restantes españoles.

Salud. La atención sobre la salud del Rey se desviaba hacia presuntas afecciones tumorales que sus médicos habrían ocultado. Sin embargo, la preocupación de La Zarzuela se centraba en la estabilidad física del monarca, según demuestra el percance africano ligado a la artrosis. Por desgracia, la aparatosa caída y la dolorosa recuperación han pasado a un segundo plano frente a las consideraciones que merece in abstracto una persona que se dedica a matar elefantes previo pago. Esta valoración se agrava al recordar que el ejercicio de tiro al mamífero se desarrollaba en un paraje exótico, el mismo día en que el New York Times consagraba una editorial a señalar a España como el próximo país a rescatar. El rotativo no previó que el rescate se extendería literalmente al Jefe de Estado.

La opinión pública se escandalizó al contemplar la imagen del futbolista Coentrao fumando un cigarrillo, en flagrante contravención de su compromiso deportivo. La misma reprobación adquiere proporciones de elefantiasis en el caso de Botsuana. Al igual que los negocios de Urdangarin forzaron una tímida apertura en el desglosamiento de las cuentas de la Casa Real, el ignoto viaje al Africa meridional puede implicar la obligatoriedad de desvelar en qué país se halla el monarca en un momento determinado. El propio Felipe González ya dejó en evidencia a su único superior, al señalar que una ley no podía publicarse por la ausencia del monarca, que ahora firma mediante procedimientos electrónicos.

Entre las desafortunadas coincidencias del accidente de Botsuana, se ha producido en el mes en que comienza la recolección del impuesto sobre la renta. El malestar genético de los contribuyentes puede exacerbarse, al contemplar como una parte bien que minúscula de los presupuestos se destina a abatir un animal que goza de una sospechosa simpatía popular. Los militantes republicanos deben regocijarse con las desventuras que la Familia Real programa en la efemérides de constitución de la República, y rezar a sus dioses laicos para que continúe el programa de festejos. En cambio, los monárquicos deberán plantearse si el depositario de su lealtad no está pidiendo a gritos un sucesor.