La presidenta Cristina Fernández ha decidido expropiar –no «estatizar», dice ella, matizando una diferencia que no se entiende– el 51 por 100 de las acciones que una empresa española posee en una empresa argentina. Este feo asunto augura episodios que conviene controlar. Viví como turista en Buenos Aires las reacciones más desabridas por la crisis de Aerolíneas Argentinas, gestionada entonces por una empresa española, no por España en abstracto. Pero en los medios, en declaraciones políticas y algo menos en la calle, parecían rencores criollos contra la ex-potencia colonial, completamente fuera de la realidad y de la historia. Los sistemas populistas echan mano de lo que sea para vestir democráticamente la arbitrariedad. No la atribuyo todavía al gesto consumado de la señora Fernández, porque hay que conocerlo en profundidad antes de calificarlo, así como esperar los dictámenes y respuestas de los foros dirimentes.

En este momento, lo mas claro es que Repsol, titular desde 1998 de la mayoría accionarial y la gestión de la primera empresa argentina, la petrolera YPF, pagó por ella 15.000 millones de dolares mediante un contrato sin cláusulas expropiatorias. Una decisión unilateral acaba de reducirla al 6% y evacuarla de la gestión, sin propósito alguno de promediar la mayoría expropiada entre los diversos paquetes accionariales. Si no lo es, se parece a una represalia que probablemente utilizará la pantalla del populismo nacionalista frente a las acciones de recuperación o resarcimiento que emprenda la expropiada en ejercicio de su derecho. La acusación es que Repsol no produce en la medida exigible en un país que era autosuficiente en petróleo y hoy tiene que importarlo, porque Repsol lo vende fuera.

Será un test muy significativo en varias direcciones. En primer lugar, habrá que ver la templanza del gobierno español en la graduación de esta falta de respeto como «problema de estado» capaz de agravar el distanciamiento del subcontinente americano. La asignatura siempre pendiente de los lazos efectivos, no retóricos, con la región del mundo que habla nuestra lengua, se duplica en la necesidad de preservar una balanza comercial favorable a España en medio de la crisis. A continuación, la voluntad de apoyo más que declarativo de los socios europeos y los amigos americanos, así como la presión real que están dispuestos a ejercer sobre Argentina, considerando que alguna de sus empresas suplirá la gestión de Repsol. Y también el nivel objetivo del desenganche anticapitalista de la América hispanohablante, a impulso del creciente caudillismo de izquierda.

Se dijo que la presidenta actuarìa tras la casi frustrada cumbre panamericana. Asi ocurrió, a despecho de quienes, en España, daban por reconducida la crisis de Repsol en YPF. Mariano Rajoy se está viendo forzado a reiterar la lealtad al euro cuando ya menudean los partidarios de abandonarlo. Ha llegado el momento de la reciprocidad, que es no abandonar a España ante los mercados ni ante los caudillos.