El balance de la ordenanza de convivencia municipal deja claro que aún no hemos dado con la solución adecuada para acabar con el botellón y con el consumo excesivo de alcohol entre los más jóvenes. Es evidente que éstos no temen ni a las multas y desafían la normativa sin temer las consecuencias y ni siquiera hacen acto de penitencia pagando sus infracciones con trabajos comunitarios. Erradicar el botellón se convierte en estos tiempos en un logro imposible, quedó demostrado con la fiesta de la primavera, y ahora toca repensar la estrategia. Es una cuestión de formación, más que de castigo. Concienciación frente a sanción. Pero no dejemos la pelota sólo en el tejado de la administración. Las familias tienen mucho que hacer. Que no se trata sólo de pagar la multa y soltar la regañina.