La pequeña historia de una semana es más grande a veces que la de un año y la intensidad de algunos momentos parece alargar su duración. Me han pasado muchas cosas –decía el adolescente tras sus primeras salidas de juventud-, era su percepción particular o quizá realmente demasiados acontecimientos se entrometieron en su vida. Puede que en estos tiempos aciagos se agolpen demasiados aconteceres social-económicos en la España que vivimos, puede que nos lluevan decisiones y resultados estos días tan intensos como negativos.

La continua constatación de la inexistencia de recursos económicos suficientes para mantener el tren de vida y gasto de nuestro país exige ajustes incómodos que han de poner freno al crecimiento del desfase económico que nos inunda y amenaza con toda su gravedad. A ello cabe añadir las reacciones exteriores a la evidencia de las dificultades económicas españolas que, invariablemente, dimensionan nuestros títulos y bonos económicos disminuyendo su fiabilidad, de modo que aumentan los citados inconvenientes. Es una espiral que crece y, por tanto, precisa de un esfuerzo extraordinario para poder abandonarla.

Hasta ahora las decisiones externas con algunos pinchos eran europeas y venían envueltas en bonitos papeles, ahora ya hay más participantes. La acción del gobierno argentino de la mano de Cristina Kirchner (o Cristina Fernández) no es solo ilegal, irresponsable, fraudulenta y confiscadora, sino el empujón fraterno de los responsables de un país cercano con el que los lazos son y han sido personales, políticos y económicos de máximo nivel a lo largo del tiempo, de todo el tiempo, de siempre.

Inspirada en el Peronismo, el Justicialismo o en un populismo con tintes de aparente desahogo intelectual algo corrompido, Fernández Kirchner preside la República Argentina maniatada por consejeros poco recomendables y recabando fervores nostálgico-patrióticos que simplifican su discurso hasta la desesperación de los observadores más objetivos y libres. Sin calcular las consecuencias de sus actos o más bien calculando solo las que le pueden interesar, está claro que desdeña los inconvenientes futuros a cambio de sus ventajas mediatas. Su actitud, sus apelación emotiva constante y el novelado relato de sus delirantes decisiones son la puesta en escena de la abanderada heroína sin causa.

Ahora comienza el proceso jurídico –las reclamaciones de los expropiados– y el proceso político –la respuesta de España y de la Unión Europea–. Habrá decisiones que perjudicarán los intereses argentinos pero su resultado será recibido como «injustas acciones de inesperados enemigos que quieren socavar la soberanía del pueblo». Ello reforzará el iluminado liderazgo de la que invariablemente quiere salvar a su pueblo.

El reto del Gobierno es tan grande que este nuevo revés no va a desanimar su tarea. El esfuerzo ha de ser de todos, incluso de los que han olvidado a toda velocidad dónde estaban y quiénes eran hace cuatro meses. También el desarrollo y el resultado de las elecciones presidenciales francesas de hoy habrá que mirarlos con el rabillo del ojo, porque en este maremágnum habrá que saber si es mejor o no para nuestro interés la reelección del presidente Sarkozy o, como sugieren algunas voces, si la irrupción de Hollande en la presidencia de la República relajaría notablemente la presión que los famosos mercados viene ejerciendo sobre nuestra deuda y el resto de nuestros intereses económicos.

Argentina y Francia son hoy esos países cercanos, tradicionalmente amigos, aliados y hasta socios en muchas aventuras humanas y políticas que nos tienen pendientes. Dicen que la fascinación francesa por el tango como por todo lo porteño alumbró la denominación de Latinoamérica que, de alguna manera, vino a englobar también lo francés. Cantado o bailado el tango es bello, aunque a veces nos hace llorar.