En apenas una semana han vuelto a saltar a las páginas de actualidad dos prometedores proyectos que todavía no han dado el salto del papel a la realidad: La manzana verde y las tecnocasas. Ambas dibujan una ciudad de futuro, aunque cada vez sea más incierto y lo único tangible sea la falta de eficacia en la gestión.

Estos dos proyectos tienen distinto origen y destino, aunque juegan con elementos comunes. En el primer caso, es un proyecto de raigambre municipal y, pese a su nombre, no tiene nada que ver con una frutería ni con el gigante tecnológico fabricante del iPhone. La idea es diseñar un minibarrio sostenible, concepto de moda que se traduce en que tenga jardines, placas solares y cubos de basura de reciclaje a mano.

Sobre el papel no tiene mala pinta, hay que reconocerlo. Pero es que no sabemos mucho más allá de la promoción que ha hecho el Ayuntamiento de Málaga en varias ocasiones. Es más, su construcción está prevista donde ahora están las sedes de la EMT y los Servicios Operativos, en la zona de El Duende. Sin embargo, el Ayuntamiento no tiene dinero –y casi diría que ni ganas– para trasladar estas sedes municipales y liberar el terreno. Estamos hablando de un trabajo previo de inversiones millonarias y varios años de gestión entre que se hace el proyecto, se construyen las sedes y se trasladan. Luego habrá que ver qué se hace con el proyecto de «manzana verde», que para cuando quieran empezar estará más que madura.

La lentitud en ejecutar un proyecto y la rapidez en presentarlo son comunes en las administraciones españolas. Si la «manzana verde» está iniciando un camino que promete ser largo y prolijo, las tecnocasas –impulsadas por la Junta de Andalucía– llevan siete años metidas en ese lodazal burocrático, donde si te mueves no sales. Pero si te mueves mucho, te hundes más. Los tres proyectos de viviendas en alquiler barato para jóvenes emprendedores –un concepto muy novedoso e interesante– siguen vivos, pero con muchas heridas antes de comenzar. Sólo uno de ellos tiene el proyecto de ejecución terminado y está en condiciones de empezar la obra. Antes queda por aclarar si realmente se pueden hacer. Un cambio de la Junta en la reglamentación ha eliminado la singularidad de un proyecto que, si no se gestiona como una excepción se convertirá en un fracaso.

Estos dos proyectos, atractivos y desconcertantes en su ejecución, muestran que las administraciones son conservadoras por definición, tienden a repetir hasta el infinito lo que se ha hecho, aunque sea mal. Cambiar las costumbres e innovar se convierte en una quimera, un simple juego retórico sin más trascendencia, que lastra cualquier intento de mejora. Y el tiempo pasa.