Muchas veces nos vanagloriamos de la mente tan aperturista que tenemos en este país y de lo tolerantes que somos en muchos aspectos, de los que nos sentimos orgullosos y que no nos imaginaríamos en otros lugares del mundo. Pero lo cierto es que, en la mayoría de países de Europa, nos adelantan por la derecha en comportamientos cívicos y transigentes. Quizás por ello, en sitios tan «modernos» y cosmopolitas como Alemania o Holanda sí se permite fumar en los establecimientos públicos; con restricciones, es cierto, pero al menos hay vida para los fumadores, que también son personas.

Pero si seguimos comparando al país de la Merkel con el nuestro de Zapatero y Rajoy, la cosa no para aquí. Por ejemplo, allí no hay límite de velocidad en las autopistas, mientras que aquí, hace poco menos de un año, el jefe de la oposición Rubalcaba, por entonces alma mater de la administración ZP, decidió, «por el bien de todos nosotros para que ahorremos en combustible», reducir el límite de velocidad a 110 km/h.

La lista de prohibiciones suma y sigue. Los toros también han caído en Cataluña por «la protección animal», mientras permiten los bous al carrer, «tradición» catalana que consiste en colocar unas antorchas en la cornamenta del animal y soltarlo por las calles del pueblo. Ambos ejemplos demuestran que quienes mandan hacen y deshacen a su gusto pensando que el ciudadano es tonto.

Yo soy joven, o al menos así me considero, y no fumo, no corro con el coche ni soy un gran apasionado de la Fiesta Nacional, pero como me enseñó una de las películas más influyentes de mi infancia, Hakuna Matata: «Vive y deja vivir».

El país se está volviendo completamente loco, y los ayuntamientos tampoco se quedan cortos en cuestión de limitar las libertades de la gente. Repasando algunas absurdas prohibiciones de los consistorios españoles no sé si echarme a reír o a llorar: En Zamora está prohibido comer en grupo en la calle, no vaya a ser que los zamoranos conspiren. Más cerca, en Benalmádena, Javier Carnero, prohibió «poner toallas o sombrillas en el espacio entre las hamacas y la orilla», aunque tuvo que dar marcha atrás. Y en una ciudad tan abierta y multicultural como Barcelona, el consistorio ha decidido prohibir la práctica del surf en la playa de La Barceloneta... ¡Que país!