Esta jornada –25 de abril– enmarcada dentro de una semana que comenzó el lunes con el Día del Libro, y que hoy, con sentimientos perfumados de claveles revolucionarios con sones a Fado, me conduce a cruzar un puente sobre el estuario del río Tajo hacia el reencuentro con

Pessoa. La tristeza es el mejor timón para reanudar nuestra navegación de vida en recesión –según los últimos datos oficiales–. Nostalgia en esta data cuando por amor, pasión, pérdida o enfermedad espiritual nos dejó, hace 101 años, Emilio Salgari.

Tengo que confesar, como supongo que muchos de ustedes, que este autor fue, en mi incipiente adolescencia, quien me guió bajo su capitanía a vadear mares y convertirme en pirata; más tarde en corsario, para adentrarme en un concepto de aventura que jamás se volverá a recuperar y atracar en una plaza adjetivada de malaya en una provincia que algunos se han apropiado gracias a un abordaje continuo contra su sosiego.

Con ese amargo sabor, recibo la noticia de que el último pescado que ha sido arrastrado en la dársena milenaria de nuestra Bahía es el que contemplamos en los carteles del 15 Festival de Cine Español: «El patio de butacas de una sala de cine... a modo de escamas... de una ciudad abierta al mar de tradición marinera...». Sí, el puerto pesquero del Centro se ha ahogado; el último arrastrero de la capital ha sido vendido: el progreso y los cambios estratégicos de esta ciudad han provocado que ya no haya pescadores en la ensenada.

No estamos libres de las restricciones de la razón, pero hay que conservar las redes para que no se nos escape nuestra identidad histórica. El cine nos ayuda a mirar ¿por qué no escribir un guion observado desde nuestro presente? Algún día puede que por las escamas de nuestra memoria alguien nos contemple y reconozca.