Del crac de 1929 nos contaron que los banqueros se tiraban por las ventanas. No hubo tantos inversores que lo hicieran pero quedó el relato de que, del jueves negro al martes negro de octubre del 29, las caídas de la bolsa produjeron fuertes precipitaciones humanas.

Acompañaba a la imaginación toda la verticalidad de los rascacielos y de los edificios estadounidenses. No hubo tantos de estos muertos pero es el relato que abre la Gran Depresión, a cuyas imágenes desoladoras es difícil encontrar un final, acaso Auswitch.

Ni banqueros ni inversores se están suicidando en la crisis actual, tan suya desde el principio. Lo que afloran, contra los prejuicios religiosos y culturales y contra los seguros de vida, son los suicidios de autónomos, pequeños empresarios y parados de larga duración.

En Roma ha habido una manifestación para que paren los suicidios, alarmados por los dos que se registran en Italia cada día directamente relacionados con la situación económica. No quieren que se repita la situación griega, donde se han computado 1.725 suicidios relacionados con la crisis económica en los dos últimos años, un aumento del 40% en el país europeo que tenía la tasa más baja, y donde queda imborrable la noticia del farmacéutico jubilado que convirtió su muerte en acto de protesta. Hay ONG que hablan de «crisis humanitaria» en Grecia.

Los que trabajan los datos de suicidios saben que hay más gente que se quita la vida de la que se computa. La alta tasa de suicidios de los países nórdicos se debe, en parte, a que usan un sistema mejor para determinarlos y no dejan pasar inexplicables accidentes de tráfico contra árboles aislados en rectas con visibilidad, por ejemplo.

Estas cifras empiezan a darlas los presidentes del gobierno. Mario Monti, el italiano, tecnócrata, las ha reconocido, divulgado y relacionado con los recortes. Vosotros veréis.