Si hubiéramos sido buenos, generosos y hubiéramos votado al partido debido, no nos habría pasado esto. Eso, al menos, dice Dolores, una amiga de mi madre que ya ha cumplido el siglo.

Y es que, hay quien dice: «Con los años crece la sabiduría», pero para qué nos sirve saber tanto si al disminuir la memoria se nos olvida todo. Tanto, que ya venden unos ordenadores, muy pequeñitos, que se cuelgan al cuello como si fuera un San Cristóbal –perdonando la manera de señalar– y si se nos olvida cómo nos llamamos, dónde vivimos, a qué hemos entrado en la mercería, o qué pastilla nos tenemos que tomar a las doce, pulsamos un botón y te lo cuenta todo. ¡Eso sí que son milagros, y no los que pregonan unos que yo me sé!

Me he enterado, en el centro de jubilados que de vez en cuando visito que han aconsejado a los ancianos que, como tomar muchos medicamentos no es bueno para el estómago, deben abusar más de las buenas frutas, del buen pescado, de las carnes blancas, más lácteos –desnatados, por supuesto– que mejorarán sus organismos. Aún no han salido de su asombro.

Y yo les pregunto a los bienintencionados consejeros, ¿qué anciano puede alimentarse de buenas carnes, mejores frutas, buena leche, con la escasa jubilación que cobra, y que, a veces, parte de ella la debe compartir con algún familiar desempleado? Nadie pone en duda que la intención es buena, pero, en serio, amigos ¿el aconsejador se pasea con frecuencia por el mercado y ha visto el precio de esos alimentos?

El Señor perdone a los que ignoran la realidad de la vida que nos toca vivir.