Estamos tan acostumbrados últimamente a que se nos presente a la ahorradora y prudente Alemania como el modelo para salir de la crisis que corremos el riesgo de olvidar que el país de Angela Merkel no es ni mucho menos ya el ejemplo de prosperidad económica y equilibrio social que fue durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado.

Instituciones como la cogestión empresarial, luego imitada en otros países, con lo que significaba de responsabilidad compartida de los trabajadores en la marcha de sus empresas, y el sentido de responsabilidad de patronos y sindicatos, contribuyeron sin duda a aquel milagro.

Pero el capitalismo renano, tan justamente elogiado en su día, fue perdiendo su perfil, sustituido progresivamente por un capitalismo anglosajón de creación de valor para el accionista, preocupado sólo de competir en las condiciones más ventajosas y obtener los máximos beneficios inmediatos en una economía ya casi totalmente globalizada.

Y en aras de la competitividad y con ayuda, hay que decirlo, de la izquierda socialdemócrata del canciller Gerhard Schroeder se rebajaron sueldos, se perdieron derechos, se liberalizó el trabajo subcontratado y el estado de bienestar desmontándose poco a poco mientras crecían, como en otros países europeos, las desigualdades salariales.

Un artículo aparecido en el último número del semanario Der Spiegel pone de relieve ese estado de cosas, que está provocando un creciente malestar en ese país.

La revista revela las pensiones que se han atribuido a los directivos de muchas de esas empresas: así, por ejemplo, el presidente de Daimler Benz, Dieter Zetsche, no tendrá problemas en los años que le queden de vida ya que disfrutará de una pensión acumulada de más de 29 millones de euros.

También puede estar satisfecho su colega de la Volkswagen, Martin Winterkorn, que se llevará a casa 19,7 millones, como lo estará seguramente el presidente del Deutsche Bank, Josef Ackermann, cuando se jubile el próximo 1 de junio con promesas de que percibirá mientras viva hasta un total de 18,8 millones de euros.

Los directores ejecutivos de otras grandes empresas de distintos sectores, como los grupos energéticos E.On o RWE, la aseguradora Allianz, o el gran conglomerado Siemens, disfrutarán también el resto de sus vidas pensiones varias veces millonarias.

Muchos, incluidos los accionistas de esas empresas, consideran la cuantía de esas pensiones exageradas, y recuerdan además que muchos de esos altos ejecutivos ni siquiera tienen que esperar hasta los 67 años para jubilarse sino que muchos pueden hacerlo con 60 años sin que sus pensiones sufran menoscabo alguno como las de sus empleados.

Muchos de ellos pueden además elegir entre cobrar la suma total de sus pensiones de una sola vez, en el momento de jubilarse, o percibir una cantidad mensual.

En el pasado, los altos ejecutivos cobraban pensiones que suponían entre un 40 y un 70 por ciento de los ingresos medios de los últimos años de vida laboral, que podían llegar a un millón de euros anuales, pero con la llegada del capitalismo anglosajón, sus sueldos se triplicaron o cuadruplicaron sin que aquéllos optasen por financiar su propio fondo de pensiones con sus abultados ingresos.

Últimamente parece imponerse un poco de cordura, y en los nuevos contratos que firma con sus altos ejecutivos, algunas de esas grandes empresas no garantizan ya un porcentaje del último sueldo para sus jubilaciones sino que ingresarán cada año una cantidad fija en el fondo de pensiones de los gestores.

Mientras todo esto ocurre en la alta dirección, en muchas de esas empresas, que obtienen beneficios récord, se producen situaciones que testimonian de una inseguridad y una desigualdad crecientes entre los propios trabajadores: por un lado están los que forman parte de una plantilla que les garantiza seguridad y unos ingresos decentes mientras otros son subcontratados y trabajan en la misma empresa por sueldos muy inferiores y con el riesgo de ver rescindidos en cualquier momento sus contratos.

Una buena parte de los trabajadores alemanes ha visto disminuir sus ingresos en los últimos años en términos reales y la participación de la renta del trabajo en el Producto Interior Bruto no ha dejado de caer en los últimos años.

El aumento de las desigualdades entre los propios trabajadores comenzó con la liberalización del trabajo subcontratado bajo un gobierno socialdemócrata y el número de estos trabajadores, muchos de los cuales cobran como media sólo 1.400 euros frente a los 2.700 de media que cobran los de plantilla, se ha triplicado hasta alcanzar los 900.000. Y, según un estudio citado por la misma revista, 8 millones de trabajadores ganan menos de 9,15 euros la hora y 1,4 millones no superan siquiera los 5 euros. Tal es la realidad actual del país que con su insistencia en la disciplina fiscal über alles nos tiene asfixiados.