Los que me conocen saben que no me gusta nada de nada Pep Guardiola. No le deseo ningún mal al hombre ni le odio -¡si no le conozco!- pero detesto lo que simboliza. Me crié viendo a jugadores y entrenadores arrogantes y competitivos, no a deportistas obsesionados con cultivar una imagen chupi, hacerse fotos con niños con problemas, escoger sus palabras siguiendo el manual de lo políticamente correcto y darle un toque de coaching sentimental al hecho de bregar con 20 berracos en un vestuario.

Vi la noticia del adiós al Barça de Pep Guardiola en Antena 3; mientras hablaba el entrenador, los de edición le pusieron una música sentimental de piano de fondo -lo prometo-. Lo pedía la cosa, pero no por el hecho en sí -todas las despedidas de los futbolistas tienen ese pegote llorica- sino por la lírica que empleaba Pep en sus palabras, ese tremendismo casi existencial con el que arengaba el philosopher -Ibrahimovic dixit-.

Supongo que en el aura de gurú que rodea a Guardiola tiene más culpa su entourage que él mismo -aunque Pep sí ha sido parte activa en la creación de esa imagen algo misteriosa de sí mismo, no concediendo entrevistas deportivas ni personales, sólo comerciales; hola, Banco Sabadell-. Luego están los exégetas del señor: ésos señores, bien leídos y correctos escribidores, que han decidido demostrar sus dotes para la lírica resaltando los valores del juego del Barça.

Guay. Porque, sí, Pep Guardiola ha conseguido que el fútbol sea una cosa guay, ha logrado que trascienda de las barras de los bares -su hábitat natural- para llegar a las discusiones académicas, floreadas y poéticas. Antes, los periodistas deportivos sólo llegaban a hazañas poéticas tan desastrosas, cósmicamente hablando, como recuperar la verticalidad -o sea, levantarse tras una caída: uf- pero con el Barcelona se han leído cosas como goles silbados, arquitectos del centro y chorradas similares. Vamos, como Valdano, pero a la enésima potencia. Todo muy cool, todo muy guay.

Se va Guardiola y ahora se queda el fútbol. Adiós a las charlas de vestuario ilustradas con documentales de logros de alpinistas para buscar la remontada de un marcador adverso -la metáfora es tan evidente y tan pueril que da hasta vergüenza teclearla-, adiós a la motivación sentimental a través de cosas como Viva la vida, de Coldplay, o Human, de The Killers.

Se va Guardiola y se queda lo que siempre hubo: once tíos contra once tíos, con talento y habilidad innegables, que buscan meter un gol en la portería contraria; once tíos que escuchan a Elvis Crespo en sus auriculares porque no pretenden ser lo que no son... El fútbol es así, no asá.

Ah, sí, soy del Madrid, qué pasa. Haber empezado por ahí, ¿verdad?