A menos que tenga un grave tropiezo en su próximo duelo televisivo con Nicolas Sarkozy, el socialista François Hollande, que ha advertido de que renegociará el pacto fiscal que está asfixiando a tantos pueblos europeos, tiene todas las posibilidades de llegar al Elíseo en la segunda vuelta de las elecciones francesas, el 6 de mayo.

Y ante esa posibilidad, la City y sus paladines se han puesto muy nerviosos. Tan nerviosos que uno de sus vehículos ideológicos, el influyente semanario británico The Economist, ha pasado directamente al ataque en su último número, acusando a Hollande de no ser como el jefe del Gobierno italiano, Mario Monti, y querer «preservar a toda costa el modelo social francés».

«The rather dangerous Monsieur Hollande» (El más bien peligroso Señor Hollande) titula la revista, que dedica al candidato un editorial alarmista en el que advierte de los innúmeros peligros que corre el país vecino en caso de victoria de quien se convertiría en el segundo presidente socialista de la Quinta República, después de François Mitterrand, y avisa, en tono casi de amenaza, de que «la respuesta de los mercados podría ser brutal».

La cantilena es la de siempre: el socialista «habla mucho de justicia social, pero casi nada de la necesidad de crear riqueza» y aunque se compromete a reducir el déficit, se propone hacerlo «elevando los impuestos y no reduciendo el gasto». Además, ¡qué horror!, ha prometido contratar a 60.000 profesores nuevos, lo que va a aumentar aún más el tamaño del Estado.

Frente a quienes argumentan que sus promesas de aplicar un tope del impuesto sobre la renta del 75 por ciento tienen sobre todo valor simbólico y señalan que es ante todo un pragmático que se verá además limitado su margen de maniobra por el poderoso vecino alemán, The Economist no se fía y denuncia sus profundos instintos anticapitalistas y dice que se dejará llevar además por unos ciudadanos que «no han escuchado hasta ahora los motivos que hay para las reformas y mucho menos de sus labios».

Pero si, como parece casi seguro a juzgar por el resultado de la primera vuelta, Sarkozy se convierte en presidente de un solo mandato, sólo a sí mismo habrá de culparse: una mayoría de los franceses no le habrá perdonado su carácter errático, su vulgaridad de nuevo rico, su cortejo desde el primer momento de las elites financieras del país, además de su obsequiosa sumisión a la canciller federal alemana, Angela Merkel, y, ya en el último tramo de la campaña, su descarada apropiación de los temas de la derecha más nacionalista y xenófoba.

Bajo su gobierno, los bancos franceses se han dedicado, como en otras partes, a operaciones especulativas, han concedido primas indecentes a sus directivos y han adoptado prácticas propias del peor capitalismo anglosajón mientras la industria del país se resentía del impacto de la globalización, todo lo cual ha alimentado también en Francia un creciente sentimiento anti-Bruselas, del que el empecinamiento alemán en el rigor presupuestario a toda costa es el máximo responsable.

En sus últimas declaraciones, publicadas por el diario alemán Leipziger Volkszeitung, Angela Merkel insiste una vez más, frente a Hollande, en que no puede renegociarse el pacto fiscal europeo, del que recuerda que ha sido ratificado ya por Grecia y Portugal y será objeto a finales de mayo de un referéndum en Irlanda, e invita a los Estados a acometer profundas «reformas estructurales» como las que hizo en su día Alemania en el mercado laboral y que, según afirma, han demostrado su eficacia.

Pero en esa entrevista, al tiempo que advierte de que no servirían de nada los programas «coyunturales», la cristianodemócrata hace hincapié en la necesidad de una «sólida política fiscal», reconoce que ésa no basta por sí sola y entreabre al menos la puerta a una posible agenda de crecimiento cuando al calificar de «imaginable» el que se «refuercen las competencias del Banco Europeo de Inversiones».

La probable derrota de su candidato favorito al otro lado del Rin, sumada a la reciente caída del Gobierno de otro de sus más estrechos aliados, el holandés Mark Rutte, al retirarle su apoyo el ultraderechista Geert Wilders, alteraría la constelación de fuerzas en el núcleo duro de Europa, y Merkel parece por fin comprenderlo.

Barruntando ya ese cambio, el propio presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durâo Barroso, apuntaba, aunque tímidamente, para no enfadar demasiado a la alemana, la necesidad de complementar la política de consolidación fiscal con medidas capaces de impulsar el crecimiento. ¡Falta hacen y con urgencia!