En la senda de las máquinas patafísicas (con las que en los años sesenta jugaron Queneau, Calvino, Duchamp o Perec entre otros genios), que ofrecían soluciones a problemas inventados, Ginés Cutillas, escritor e ingeniero informático, ha puesto en la red «La increíble máquina aforística». Esta, que solo le pide a uno un sustantivo y un adjetivo, le da, a cambio, aforismos sacados de una chistera infinita (la de las inacabables combinaciones de las palabras que están en el diccionario más las que los usuarios añaden por su cuenta) que, más que hacer magia, nos convierte a todos en magos. El resultado no es surrealista sino transurrealista porque, de reducción al absurdo en reducción al absurdo, lo que queda en entredicho es la banalidad última del mundo y de todo lo que puede decirse acerca de él. Por eso no es un juguete inocente esta increíble máquina aforística sino una crítica, amable al tiempo que contundente, del lenguaje, la imaginación y las ideas cuando se ponen al servicio de los poderes y se olvidan de los seres humanos de a pie. Para subrayar esto Ginés Cutillas, en su texto de presentación, dice que cede el derecho de explotación de su máquina a cualquiera que la visite.

Pongamos algunos ejemplos de cómo funciona. Si uno pone el sustantivo «dinero» y el adjetivo «poco», las primeras respuestas de la máquina, que se puede tirar horas urdiendo frases con esos mínimos elementos, son: «a dinero poco, pis honrado», «el dinero es absolutamente poco si no se encuentra en la lagartija», «la banda es enredada, pero su dinero es poco» y «el poco dinero es el que queda». Si el sustantivo es «poesía» y el adjetivo «malagueña» sale: «tras la poesía malagueña se esconde el bar y el cigarro» (o «el chaparrón y la chistorra»), «a poesía malagueña, poesía lenta», «la malagueña poesía es la que queda», «¿Qué es un intruso? Una poesía malagueña por el semáforo», «la poesía siempre crece más malagueña al otro lado de la poesía», «es malagueña la poesía del que llora en tormenta» y «cualquier poesía resulta mañagueña con la grapadora». Por fin, y sin por hacerle un homenaje a esta ocupación mía de hace ya tantos años, el sustantivo es «columna» y el adjetivo «dominical» se puede leer: «a columna dominical, espadachines sociales» (o «estreñimiento ahumado»), «la columna es dominical, pero su amistad es torneada», «es dominical la columna del que llora en prostituta», «cualquier columna resulta dominical con la barbilla» y «tras la columna dominical se esconde el juguete y el pavo».

Dinero poco, poesía malagueña y columna dominical, sintagmas sobre los que se pueden hacer reflexiones más o menos serias sin la ayuda de esta prodigiosa máquina, gracias a ella dan un triple salto mortal en el vacío (de sentido, de referente, de objetivo) que les anima a decir y a ser cosas inverosimilmente necesarias. Si nos quedamos en su apariencia lúdica y superficial, su apariencia de artefacto literario que mueve a la sonrisa e incluso a la carcajada, algo que podemos hacer con toda legitimidad, nos servirá para pasar el rato y nada más. Pero si uno usa esta máquina para desviarse del pensamiento lógico y de sus tiranías y, así, afrontar los asuntos desde sus afueras, sus imprevistos y sus reversos, entonces la increíble máquina aforística de Ginés Cutillas puede servirle a uno para renovarse él mismo, para limpiarle de esquemas y apriorismos y, al hacerlo, tener una nueva oportunidad para entender y entenderse.