Han pasado ya casi cinco años desde que estallara la crisis económica que asola nuestras economías, y algo más de un año desde que el movimiento 15-M llenara las plazas de las ciudades. Una reacción civil tardía pero contundente, como es el súbito despertar de quien ha estado adormecido y aletargado durante años. Aquel movimiento, espontáneo y heterogéneo, está embarazado de un sistema de valores que amenaza con sustituir al sistema hasta ahora dominante.

Se critica al movimiento 15-M por no querer entrar en el juego institucional, por no querer constituirse como partido político o asociación; se le critica por no tener un portavoz y una jerarquía orgánica; y se le critica por no tener un programa político concreto. Siendo cierto, lo que no tiene sentido es que ello sea objeto de crítica. El 15-M no aspira a tener éxito en ninguno de esos aspectos.

El 15-M nace como respuesta a una situación estructural y no ante una contingencia concreta. Manifiesta la frustración de miles de personas que ven cómo sus condiciones de vida no se ajustan a lo que ellas mismas esperan de una democracia moderna, y por eso ponen en entredicho al conjunto de instituciones dominantes, desde la banca hasta los partidos políticos. Pero, y sobre todo, lo que se esconde tras las pancartas es una profunda crítica al sistema de valores dominante.

Nuestro sistema político está pudriéndose a ritmos acelerados. Es terrible ver a un presidente del Consejo General del Poder Judicial denunciado por utilizar dinero público para financiarse unas vacaciones de lujo en nuestra tierra. Es indignante que en este caso sea denunciado el denunciante, como juzgado y sancionado fue también el juez que investigó las tramas de corrupción en Valencia. Es indecente que la Casa Real utilice nuestro dinero para financiar una caza de elefantes en un país donde la esperanza de vida es de cincuenta años. Es igualmente espantoso que esa misma Casa Real encubra casos de malversación que afectan a la realísima familia. Es inmoral que los exministros pasen a formar parte de las grandes empresas, recibiendo remuneraciones millonarias, a las que han beneficiado a lo largo de las últimas décadas. Y es desesperanzador ver cómo quienes estuvieron al frente de las entidades financieras que nos han traído paro y recortes se jubilan con indemnizaciones multimillonarias o acaban dirigiendo nuestras instituciones. Pero lo más triste es que todo ello sucede con impunidad, sin que el sistema tenga justas respuestas.

Con este panorama, ¿a quién le extraña que haya nacido el 15-M? Por toda nuestra sociedad el sistema ideológico dominante y el conjunto de valores asociado (el egoísmo, la corrupción, la insolidaridad, el individualismo…) se deshace, y entre sus brechas surge el espacio para una nueva forma de política. La solidaridad de los indignados se manifiesta cada vez que se detiene un desahucio y con cada familia que mantiene su hogar, en cada entidad financiera que simbólicamente se toma, en cada conciencia que se despierta. La justicia social se abre paso en la denuncia de que ésta no es nuestra crisis sino la de ellos, los que de esto y aquello se benefician. La conciencia colectiva se manifiesta en la repolitización de los más mayores y en la politización de los más jóvenes.

El despertar ha sido lento, pero el colapso de las bases económicas dispara la velocidad de transformación. Lo viejo desaparece, juzgado y acusado de negligente, anticuado e ineficaz. Y hay elementos que permiten visualizarlo muy bien. En nuestra vecina Grecia y en sólo cuatro años el bipartidismo ha pasado de recibir un 77% de los votos a sólo un 33%. A su vez la coalición de partidos de izquierda, Syriza, ha pasado del 5% a un 17% y es actualmente la formación favorita para ganar las elecciones del mes que viene. No hay nada inmutable y están por venir transformaciones mucho más profundas de las que algunos, ellos, quisieran aceptar.

Alberto Garzón EspinosaDiputado de IU por Málaga en el CongresoAlberto Garzón Espinosa