La gran extinción masiva de hace 60 millones de años nos libró de los dinosaurios, que hubieran impedido al hombre convertirse en capo di tutti capi. Pero, gracias a un trabajo publicado en Nature, sabemos ahora también que la extinción estuvo a punto de llevarse por delante al tomate, especie que se libró por los pelos mediante una multiplicación de su genoma. ¿Merecería la pena la vida sin tomate, y por tanto sin ensaladas, sin pizzas, sin alegrías para la hamburguesa y las patatas fritas? Sería exagerado pensar que la ausencia del tomate hubiera dificultado la aparición del hombre, por falta de alicientes, pero nada habría sido igual. Al tomate debió de salvarlo su humildad. Consciente de su fragilidad –a diferencia de los soberbios dinosaurios– el tomate se metió en sí y convenció al genoma íntimo de que podía hacerlo. Eso hace del tomate un ejemplo para todos en los momentos que vivimos.