Dada la labor jurisprudencial del Tribunal Supremo, su presidente Carlos Dívar ha creado doctrina en Puerto Banús, una geografía tan digna como cualquier otra para domiciliar la segunda residencia de la exaltada institución. A partir de ahora, los políticos acusados de recibir trajes gratuitos, de ser agasajados por encima de lo decoroso o de desplazarse a localizaciones exóticas con equívocas provisiones de fondos, esgrimirán en su defensa el virtuoso comportamiento del jefe del poder judicial. De acuerdo con los criterios que se autoaplica el titular del Consejo General para enmascarar su asiduidad marbellí, los apelantes serán absueltos de modo irreprochable.

Cabe afirmar sin exageración que el presidente del Supremo ha asestado en solitario un golpe de muerte a la corrupción política. Se sitúa a la altura de su admirado Baltasar Garzón. La consolidación de la doctrina Dívar exige que su autor prodigue en el futuro sus viajes a Puerto Banús. De este modo confirmará el carácter oficial de los desplazamientos en disputa, y remachará que son consustanciales a su cargo. Por contra, la inhibición marbellí inflamaría las sospechas de una coartada que ocultaría motivos inconfesables. En tal caso, la obra maestra de la cinematografía española Torrente 2: Misión en Marbella tendría como secuela Dívar 3: Dimisión en Marbella. En la versión para el mercado norteamericano, Paseando a míster Dívar.

Dívar ha acercado la justicia al pueblo y al puerto. Si interrumpe los viajes a Marbella, deberá concluirse que los anteriores eran innecesarios. No debe cejar en su labor difusora y, para transmitir una sensación de normalidad, debería incluir alguna visita a la privilegiada geografía en día laborable, si es que la dilatación de sus intensos fines de semana deja hueco para los días hábiles. La encarnizada persecución que ha sufrido el presidente del Supremo se ha centrado en la identidad de su misterioso acompañante «público y oficial», pese a que aparece junto a él en imágenes televisivas. Sin embargo, la feroz campaña ha omitido la mayor incógnita de la pasión marbellí de Dívar. A saber, cómo consiguió viajar a Puerto Banús en una veintena de ocasiones sin aparecer en las páginas de ¡Hola!

Un país que visita entre temblores el supermercado ha aprendido, gracias a la doctrina Dívar, de qué se habla cuando se insiste en que los cargos públicos están mal pagados. En otro polémico viaje a Marbella, Michelle Obama y su hija Sasha desembolsaron el equivalente a un viaje de ida y vuelta desde Estados Unidos, en primera clase y pese a que se desplazaron con las lógicas medidas de seguridad. Las amigas de la esposa de Barack Obama volaron a España en líneas regulares. A pesar de la escrupulosidad presupuestaria, las vacaciones ocasionaron un escándalo monumental y la Primera Familia fue acusada de despilfarro. En fin, el presidente estadounidense abona la comida que consume en la Casa Blanca cuando, en proporción a sus respectivas tareas, percibe un sueldo inferior a la remuneración de Dívar.

La sala Garzón del Tribunal Supremo ha rechazado una denuncia contra el presidente del Tribunal Supremo, a cuenta de sus misiones oficiales en Puerto Banús. La decisión ha de ser encajada con un sano escepticismo o cum grano salis, y no sólo por la superficie arenosa involucrada. La doctrina Dívar se blinda en el Código Penal, una postura sorprendente en un magistrado que en sus escritos coloca a la justicia divina por encima de cualquier consideración humana. Siempre puede alegar que Jesucristo tampoco hubiera eximido a Marbella de su predicación, aunque es posible que eligiera un alojamiento más modesto. O dicho de otra forma, todo un presidente de Alemania dimitió por haber holgado en la mansión de un magnate durante sus vacaciones.

El año 2012 se inició bajo el signo de la palabra clave «ejemplaridad», que centró el mensaje navideño del rey. A continuación, el jefe del Estado tropieza en Botsuana, el presidente del Supremo crea jurisprudencia en Puerto Banús y el gobernador del Banco de España se enfanga en Bankia. Un país modélico, sin duda. Los profesionales de mirar hacia otra parte se refugian en el argumento de que no conviene forzar una mudanza en la cima judicial, en tiempos de zozobra. La defensa indirecta de Dívar se vuelve contra sus postulantes, que pueden preguntarse de qué sirve un presidente de los jueces que ha rebajado el peso de la ley al nivel de los indicadores económicos.